"Seréis mis testigos en el mundo" Domingo de la Ascensión, Ciclo B (Mc 16, 15-20)

Fr. Jesús Espeja
Fr. Jesús Espeja
Convento de Santo Domingo, Caleruega

Con la Ascensión, una forma confesar la fe cristiana en la resurrección de Jesús, comienza el tiempo de la Iglesia en este mundo. En ese tiempo estamos ahora. En el Nuevo Testamento la palabra “mundo” tiene dos significados Primero, es la entera familia humana con todas las realidades en que vive: este mundo es amado de Dios y cono prueba de su amor ha tenido y está teniendo lugar la encarnación del Hijo; los discípulos de Jesús debemos amar a este mundo. Segundo, hay en este mundo también un lado sombrío -“egoísmo de la carne, ambición de la mirada, y jactancia de las riquezas” - que los cristianos debemos rechazar y combatir en nosotros mismos, en los demás y en las mediaciones de la sociedad humana. La Iglesia, comunidad de discípulos, es presencia del Resucitado en forma de comunidad. Y recordando la conducta histórica de Jesús, entendemos bien qué significa “estar en el mundo, sin ser del mundo”.


   Por mucho tiempo en la enseñanza de la Iglesia y en la mentalidad de muchos cristianos ha prevalecido la visión negativa del mundo. En los antiguos catecismos aprendíamos bien la lección: hay que combatir a los enemigos del alma que son “demonio, mundo y carne”. En esa visión fácilmente se interpretaba “huida del mudo” como un desentendimiento de lo que sucede día tras día en la sociedad, pues se consideraba la vida en este mudo como una mala noche en una mala posada. Sólo había que aguantar pensando en la vida eterna que llegaría después de la muerte.

  El Vaticano II recuperó la visión evangélica y miró a este mundo con la mirada de Dios. Mundo es la entera familia humana y el entorno creacional de la misma. Una realidad que sigue amada, bendecida y acompañada por Dios; aunque todavía bajo la tendencia egoísta del pecado, en Jesucristo ha encontrado ya el camino hacia la liberación. Por tanto nada humano es ajeno a los discípulos de Jesucristo que deben leer los signos de su tiempo, descubrir los valores del mundo, y en esos signos escuchar las llamadas del Espíritu.


   Con esta visión del concilio un dominico experimenta la vigencia de su carisma. La encarnación- manifestación de lo divino en lo humano- tuvo lugar de modo único en Jesucristo, pero de algún modo continúa en cada ser humano y en la evolución de la historia. No caben dualismos maniqueos que desprecian sin más al mundo, pues fuera de este mundo no hay posibilidad de realización humana o salvación. Domingo de Guzmán escuchó el latido de este mundo y salió de los muros que le separaban de la humanidad. Catalina de Siena entendió que no podía quedar tranquila en la soledad de su celda sino que debía salir al mundo y desde el evangelio entrar en los conflictos de la sociedad y de la comunidad cristiana. Consciente de que la gracia no destruye la naturaleza, sino que respeta la consistencia de todo lo humano y la promueve, concluyó: “la religión cristiana esencialmente se identifica con la encarnación”. En consecuencia la huí del mundo –la tradicional “fuga mundo”- debe ser reinterpretada: entrar en el corazón del mundo sin arrodillarse ante los ídolos o falsos absoluto del poder y del tener, que desfiguran el rostro humano de la sociedad. En esa conducta ya está llegando la vida eterna que alcanzará plenitud más allá de la muerte.


   Siempre y ahora más que nunca nos debe preocupar cómo estar en el mundo. No fuera, cosa que es imposible. Ni sólo “junto a” y mucho menos “enfrente de”. Sino “con” el mundo. Participando sus alegrías y tristezas, corriendo su misma aventura. Y en ese dinamismo aportando de modo creíble una forma de vivir según el evangelio, que sea una luz y fuerza para que la humanización de la humanidad