Toda vocación es un proceso

Fr. Moisés Pérez Marcos
Fr. Moisés Pérez Marcos
Convento Virgen de Atocha, Madrid
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Sobre Moisés, sobre su vocación, se habla en muchos lugares de la Biblia. Uno de ellos es el que el autor del Libro de los Hechos de los Apóstoles pone en boca de Esteban (Hch 7, 20-44). Una de las primeras cosas que llaman la atención de este texto es que en él se deja claro que la vocación de Moisés pasó por distintas etapas. Durante casi cuarenta años Moisés se formó, criado en la corte por la hija del faraón, en lo mejor de los conocimientos de entonces, la sabiduría egipcia, y llegó a ser «poderoso por sus palabras y sus obras». Luego, conmovido por el dolor de sus hermanos los israelitas, se acercó a visitarlos, con la idea de que Dios los libraría por medio de él. Pero esta idea fracasó. De cortesano a «fugitivo», pues Moisés huyó tras recibir el duro reproche de uno de su pueblo: ¿Quién te ha hecho Juez y jefe nuestro? (Hch. 7, 27). Ya en Madián se casó y tuvo hijos. Y nuevamente Dios lo condujo por otros derroteros. Paradójicamente, cuando Moisés parecía haberse alejado más de sus hermanos, cuando era un fugitivo y no un hombre poderoso de la corte, cuando parecía haber olvidado sus expectativas de liberar al pueblo, Dios lo llamó desde la zarza ardiendo para que fuese a liberar a sus hermanos. 


Dios podía haberse ahorrado todo este camino, podía haberle dicho desde el principio y con claridad a Moisés que su gran misión sería la de liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto, podía haberle también revelado desde el principio cómo hacer eso. Pero Dios no suele actuar así. Nos conduce por tanteos, a través de lo impreciso, de las dudas. Deja que nos equivoquemos, como se equivocó Moisés al pensar que sus hermanos le comprenderían, no porque aprendamos a base de errores, que también, sino fundamentalmente porque respeta con exquisita escrupulosidad nuestra libertad.


Como otras grandes figuras o personajes, Moisés tiene que hacer un descubrimiento progresivo de su vocación. No está claro desde el principio para qué lo ha llamado Dios, y una vez que parece saber para qué, lo que no tiene claro es cómo lo hará. También santo Domingo de Guzmán tuvo que recorrer antes ciertos caminos: estudiante en Palencia, canónigo regular en Burgo de Osma, embajador extraordinario de Alfonso VIII de Castilla, predicador entre los cátaros, incansable fundador de la Orden de Predicadores…


Vemos en Moisés, como en Domingo, que la vocación es una historia, implica un proceso, un desarrollo en el tiempo. Sin negar que puedan existir los momentos especialmente luminosos o reveladores, hemos de asumir que los humanos necesitamos tiempo para madurar nuestras decisiones, para discernir aquello a lo que nos sentimos llamados. Necesitamos el tiempo en el que convivir con las dudas, porque sólo así podremos adivinar la profundidad de las respuestas. Moisés aprendió, durante todo ese tiempo en el que se desarrolla su vocación, que la iniciativa es siempre de Dios. Por eso cuando se acerca a sus hermanos con la esperanza de que ellos comprenderán, la cosa fracasa. Por eso uno de ellos le reprocha: ¿quién te ha hecho juez y jefe nuestro? Sólo Dios, en última instancia, podía hacer juez y jefe a Moisés. En ese tiempo de espera aprendió a superar el fracaso, a afrontarlo, a seguir esperando. Aprendió la flexibilidad que exige toda vocación: no siempre las cosas son como esperábamos, ni a veces funcionan como quisiéramos.

A veces la Orden no responde a nuestras expectativas, o nos vemos abocados a tareas o lugares insospechados: ¡quizá lo equivocado sean nuestras expectativas! Moisés aprendió a abandonarse, a confiar solo en Dios. Su vocación, en cierto modo precaria, cambiante, sin certezas inamovibles salvo la de la confianza en Dios, le convirtió en un todo terreno, en un itinerante. Cada momento de esa itinerancia se verá lleno de sentido. Cuando Moisés tenga que volver a la corte para convencer al faraón, cuando tenga que guiar al pueblo por la precariedad y la esterilidad de un desierto sin más seguridad que la de que Dios estaba con ellos, cuando tenga que hacer de jefe y juez y poner a prueba toda la sabiduría que había adquirido, será entonces cuando, mirando hacia atrás, descubra que todos esos acontecimientos, aparentemente dispares e incluso incompatibles, estaban en realidad finamente hilvanados por las manos poderosas de Dios, que todo lo hace con sabiduría.