Todos somos mies y sembradores

Fr. Vicente Benedito Morant
Fr. Vicente Benedito Morant
Convento de Sta. Catalina, Virgen y Mártir (Barcelona)

Décimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario

En una primera lectura, el evangelio nos habla de los sembradores. Pero si profundizamos, me parece que un buen título para el mismo sería: “Todos somos mies y sembradores”.


Ciertamente si ponemos nuestra mirada en Dios, como todo poderoso que es, nos podemos dar cuenta que no necesita operarios para extender ningún reino. Es Dios mismo el único que en realidad salva, el único que en realidad es capaz de extender su reino. En la primera lectura encontramos su promesa: “Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”. Pero es precisamente esta salvación, esta realización personal, la que supone a cada uno seguir su propia vocación que es dada por Dios como don y medio. Vocaciones que en última instancia confluyen en la verdadera vocación que no es otra que la de ser cristiano. Aún más, si caemos en la cuenta de que Jesús lo que nos revela es la verdad del hombre, entenderemos que la verdadera vocación será la de ser hombre y caminar hacia la plenitud de lo humano que nos asemeja más a Dios. Pues bien, en este camino se presentan dos aspectos fundamentales de la vocación: Ser anunciadores de la salvación de Dios, de como Dios actúa en favor de la humanidad y de cada hombre; y ser receptores de tal anuncio. De esta doble misión depende la consecución de nuestra plenitud y felicidad como personas y como hijos de Dios.


Precisamente por la importancia para el hombre se nos advierte de dos conductas que obstaculizan el desarrollo de toda vocación. Una sería la de la autosuficiencia de quien no creé necesario que se le anuncie la buena noticia por un semejante. Este se olvida que la salvación es común y compromete a todos, con todos cuenta Dios. Otra, no menos dañina, sería la prepotencia de quien se jacta de las capacidades que le ha dado Dios. Este se olvida que no son propias y que no son fuentes de realización por sí mismas. Solo tienen sentido cuando se ponen al servicio a los demás, pues, como hemos dicho, Dios ha querido que la consecución de la felicidad de su reino pase por todos.


Así, la vivencia de la vocación es en realidad una alabanza de toda la humanidad y firmamento a Dios, como vemos en el salmo. Ojalá toda la humanidad seamos capaces de vivir de verdad nuestra vocación afirmando junto al salmista: “Fieles de Dios venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo”.