Un año para caminar
Cada día cuenta y cada momento es un don que no podemos dar por sentado.
El Año Nuevo no irrumpe con estruendo. Llega despacio, como llega la mañana, ofreciendo tiempo sin exigir nada a cambio. No trae respuestas hechas ni caminos trazados. Se presenta como un espacio abierto que pide ser acogido con respeto, porque el tiempo no se posee: se recibe.
Cada comienzo nos da la oportunidad de mirar nuestra vida tal como es. El año que termina deja huellas distintas: alegrías que sostuvieron, cansancios que pesaron, decisiones que nos hicieron crecer y otras que nos enseñaron lecciones difíciles. Todo forma parte del mismo camino, y aunque a veces duela, nada de esto se pierde: es aprendizaje que nos ayuda a avanzar.
No hacen falta grandes propósitos para dar sentido a un año. Basta con pequeños actos.
Las Escrituras nos enseñan que la vida humana es frágil y breve, y precisamente por eso es preciosa: «¿Qué es el hombre? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su bien y cuál su mal? Los días del hombre son cien años como mucho; el día más imprevisible de todo es el de la muerte. Como gota de agua en el mar, como grano de arena, así son sus pocos años frente a un día de la eternidad» (Eclo 18, 8-10). Cada día cuenta y cada momento es un don que no podemos dar por sentado. Desde la fe cristiana, el tiempo es un regalo que Dios confía a sus hijos, y cada amanecer nos recuerda que la vida sigue siendo ofrecida, incluso cuando el corazón está herido o la esperanza parece pequeña. El comienzo de un año nuevo no exige perfección ni grandes promesas; pide disponibilidad. San Pablo lo expresó con sencillez al reconocer que la fuerza verdadera nace en medio de la debilidad: «por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 10). Es decir, aceptar los propios límites abre espacio a la gracia.
No hacen falta grandes propósitos para dar sentido a un año. Basta con pequeños actos de cada día: escuchar, ayudar, perdonar, acompañar. Lo importante es que sean constantes, porque incluso las cosas más sencillas, cuando se hacen con cuidado y repetidas veces, transforman más que los planes grandes que a menudo se olvidan con el tiempo.
No olvidemos que el camino no se recorre de un solo paso. Caminar exige paciencia, atención al suelo que se pisa y respeto por el ritmo de los demás. Nadie madura sin tiempo, y nadie llega lejos sin aprender a esperar.
Que este Año Nuevo sea un tiempo para cuidar la vida, para sanar lo que quedó pendiente y para no perder la esperanza. Que cada paso que demos esté guiado por la confianza en lo que vendrá, y que podamos caminar en paz, acompañados siempre por la bendición y la luz de Dios.
¡Feliz Año Nuevo (o en Fang: mbemba’a Nfifê-Mbu)!

