Una asamblea festiva (Solemnidad de Todos los Santos)
Los santos han sido para su época un toque de atención
La Solemnidad de Todos los Santos es un momento especial para recordar a la «multitud de intercesores» que alaban continuamente a Dios y le piden que derrame sobre nosotros su misericordia y perdón.
Como sabemos, el mes de noviembre ha venido a llamarse en la Iglesia el mes de los difuntos. Es por tanto curioso que el primer día, y la primera solemnidad de este mes, esté dedicado a recordar «la asamblea festiva de todos los santos». Una asamblea que, como ya hemos dicho, es multitud. Quizás con este día, la Iglesia quiere resaltar la llamada universal a la santidad que Dios hace a toda la humanidad. La Iglesia nos presenta esta llamada con el texto de las bienaventuranzas.
El sermón de las bienaventuranzas
Las bienaventuranzas pueden ser consideradas un resumen o una concentración del mensaje de Jesús. Por eso, pueden servirnos de espejo a la hora de repasar nuestra vida cotidiana para ver si nos dejamos transformar por la fuerza del Espíritu. Además, nos sirven de consuelo ante las contrariedades de nuestra vida diaria. Pero no debemos considerar que al llamar Jesús bienaventurados a los pobres, los que lloran, los que claman justicia, está justificando su situación. Como si dijera que así son buenos, porque están padeciendo. No. Más bien, Jesús está cambiando el orden lógico, de nuestra lógica, por la que consideramos bienaventurados a los supuestos “triunfadores” que llegan arriba sin importarles caiga quien caiga. Con las bienaventuranzas, Jesús no sólo nos da un espejo donde mirarnos, donde ver si el Evangelio va calando en nuestra vida, sino que además hace una condena de todas las situaciones de injusticia que había tanto en su tiempo como en el nuestro.
Por eso, las bienaventuranzas suelen causar irritación en unos y admiración en otros. Todo aquél que se siente irritado por esta llamada de atención, está llamado a la conversión; está llamado a dejar los “ídolos” del mundo (dinero, fama, etc.) y volver su mirada a Dios. Por el contrario, para aquellos en quienes causan admiración, las bienaventuranzas son un alivio. Para estos sufrientes, las bienaventuranzas son en verdad una «Buena Noticia». Todos aquellos que son pobres, lloran, tienen hambre y sed de justicia, son mansos, misericordiosos, limpios de corazón, buscan la paz o son perseguidos por el nombre de Jesús encuentran consuelo. El consuelo de sentirse amados y protegidos por el Señor. Un Señor que denuncia su situación y llama a sus hermanos a luchar contra la injusticia de este mundo.
Bienaventurados los santos
Y precisamente, esto es lo que han hecho los santos. Cada uno de los santos ha vivido en su vida las bienaventuranzas dependiendo del carisma de su orden, como miembro de la jerarquía o como tantos innumerables fieles laicos. Los santos han sido para su época un toque de atención. Muchas veces han sido incomprendidos, ya fuera por ser adelantados a su tiempo o por ir en contra de las ideas reinantes de la sociedad. Han sido personas que han sido exigentes consigo mismas. Esta exigencia –la de la santidad– viene dada por aquel de la que procede. Y es que la santidad es un fruto del Espíritu, de aquél que es llamado santo y santificador en la Escritura. Ojalá que, al igual que ellos, sepamos abrirnos a su fuerza renovadora para poder contemplar un día, con toda la «multitud de intercesores», a Aquél que nos creó para la vida eterna.