Una corriente de amor imparable
UNA CORRIENTE DE AMOR IMPARABLE
“tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
No sería hacer justicia al Dios de Jesús el atribuirle una exaltación del sufrimiento. Esto prácticamente equivaldría a entender que él se alegra con los dramas que muchas veces padecemos las personas y las calamidades que el mundo llega a sufrir. Dios no quiere para el hombre el dolor, y no fue Dios quien crucificó a su hijo, sino los hombres desde sus errores, limitaciones y odios. Entonces ¿Qué celebramos en esta fiesta de la exaltación de la cruz? Ciertamente sería contradictorio con nuestra concepción de Dios al que llamamos padre que se celebrara el dolor de su hijo. Los cristianos en quien creemos es en un Dios que permanece fiel a sus promesas mediante un amor imparable. Tal amor lo encarnó y reveló su hijo a pesar de todos los límites, de todas las injusticias que lo llevaron a la cruz y de su padecimiento en la misma. Aún más, celebramos que Dios ama sin límites a todo hombre y a toda la creación, a pesar de las deficiencias de sus criaturas, a pesar de todas las cruces que nos encontramos y ponemos. El amor de Dios es fiel aunque el mundo le responda con la cruz y también permanece fidelísimo en la misma cruz, hasta el último momento. Por tanto el resultado es evidente, ¡el amor de Dios es más fuerte que la muerte!, o, en otros términos: “Si Dios está con nosotros ¿quién está contra nosotros?”; “Nada nos separará del amor de Dios”.
Ciertamente, esto no nos evita vivir en nuestras carnes el sufrimiento que la limitación de la creación y el mal producen en el hombre. También el cristiano sufre, y realmente el misterio del dolor y del sufrimiento resulta inalcanzable para todo hombre. El mismo mal tiene como característica ser un contrasentido. También los límites de la creación, precisamente por ser límites, son fronteras infranqueables para nuestras posibilidades de comprensión. Pero no son límites para el amor de Dios, para su fuerza vivificadora, para su misma presencia en el hombre y junto al hombre. Es el mismo poder de su amor el que en el peor de los momentos, cuando parezca llegar el fin de lo humano, nos llevará a la plenitud de la vida. Dios no nos ahorra la cruz y el dolor, nos deja en nuestra humanidad de forma plena. Sin embargo, en la cruz y la resurrección de su hijo hecho hombre Dios mostró su fidelidad absoluta a la humanidad, que la vida que Él nos da va más allá de la muerte. Nosotros podemos vivir ya esa vida de Dios, esta es la eficacia actual de su donación gratuita al hombre. Es más, esa vida que Dios nos da es la que nos llevará a la plenitud, traspasando todos los límites, incluso el de la muerte. Así es la eficacia del amor de Dios que Cristo nos entregó durante toda su historia, y que alcanzó el cenit en su muerte y resurrección. No podemos más que confiar en un Dios que nos da una vida total plena y para siempre.