XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - «SÍGUEME»
El Tiempo Ordinario es un tiempo litúrgico en que meditamos y conocemos más la figura y la vida del maestro y Señor Jesucristo, profundizamos en sus acciones y en cómo él iba realizando el Reino de su Padre en la tierra, pues queremos nosotros también seguir sus pasos y caminar como él caminó, pensar como él pensó, sentir como él sintió.
Me gustaría resaltar dos puntos claves que nos auxiliarán en nuestro itinerario para configurarnos más y más a nuestro Salvador.
El primer es este: “Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Ya sabemos lo que significa Jerusalén, pues es allá donde Cristo tendrá que padecer, sufrir; pero, lo más importante, es que es allá donde también va a resucitar y dar la vida nueva a todos los que en él confían. Esa ‘firme decisión’ o ese ‘afirmarse en su decisión de ir a Jerusalén’ como nos dicen otras traducciones de este texto, nos quiere expresar la total libertad en que Cristo asume el significado de su vida y la subida hacia Jerusalén como un itinerario del que resultará su glorificación por el Padre, que el mismo texto llama de ‘su asunción’.
Y, de esa libertad, nos habla Pablo en la segunda lectura, y más, nos recuerda que ‘es para la libertad que Cristo nos liberó’, pero no nos ha liberado a un libertinaje o algo por el estilo, sino que el corazón y sentido último de la libertad es el amor, entendido como ágape, como entrega total a los demás y a los más necesitados, a los anawins de Yahvé. Por eso, esa libertad que nos ha dado Cristo, es una gracia que cambia al ser humano, lo va transformando poco a poco; de ahí que se nos impone el ejercicio del amor, de la libertad. No basta tan sólo con amar una vez para ser libres, tenemos que entrar en esta escuela y camino hacia la nueva Jerusalén ejercitándonos en el amor. ¿Y cómo vamos a ejercitarnos en el amor y en la libertad? Pablo nos dice: utilizando de toda nuestra humanidad, es decir, de todos los nuestros deseos y sentimientos, de toda nuestra razón, rivalizándonos unos a otros y haciendo la competencia con el hermano para ver quién puede amar más al otro. ¡Qué fuerte y maravilloso es todo eso!
El segundo punto tiene que ver con lo que estábamos diciendo hace poco; nuestra vida tiene que ser una predicación viva y animada del Evangelio. Todos caminamos hacia Jerusalén, y en este camino nos encontramos con otros caminantes, algunos ya se detuvieron por el camino, otros caminan en sentido contrario, y otros que, a sus ritmos, caminan hacia la misma dirección que nosotros. Jesús deja muy claro que nuestro caminar por la tierra rumbo a nuestra glorificación tiene y debe ser un caminar de paz, de amor, de concordia, de reconciliación y de empatía para con los demás. Hay que ayudar a los hermanos cansados, curar los ojos de aquellos que ya no ven el sentido en la vida; las piernas de los que ya no pueden caminar; recobrar la vida y el ánimo de los que se desesperan; y tantas otras acciones, o más bien milagros, que tenemos que realizar y que fueron los mismos que Cristo realizó en su caminar hacia su asunción.
Hermanos, Caritas Christi urget nos, el Amor de Cristo nos apremia, nos requiere, nos desea, tiene prisa, por eso no tenemos tiempo de estar presos del pasado, no podemos volver hacia atrás. La prisa de caminar hacia la glorificación es tan urgente que no podemos detenernos en el camino ni un segundo más; ‘que los muertos entierren a los muertos’ es lo que Cristo dirá a aquellos que le quieren seguir pero que aún no se han tomado la firme decisión de ello.
Hermano, ¿dónde estás en tu caminar hacia Jerusalén? ¿Cómo están tus obras, tu fe, tus actitudes? ¿Cuáles son las preferencias en tu vida? ¿De verdad la caridad es el corazón de tu libertad?
Que la Santísima Virgen María y Santo Domingo nos ayuden en ese caminar con Jesús hacia al Padre.