XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - ENVIADOS A PREDICAR
En el evangelio de este domingo Jesús envía a sus discípulos de dos en dos a anunciar la buena nueva; esta es quizás la vocación primera de todo discípulo, «anunciar el Reino de Dios». Jesús quiere que todos los hombres se salven, que conozcan su mensaje, pero necesita personas capaces de llevar a cabo esta misión: es un anuncio que se extiende a todos los confines de la tierra porque el anuncio es para todos. Sin embargo, el anuncio no se hace de cualquier manera; resultan interesantes las actitudes que el propio evangelista nos narra.
Ponerse en camino. Todo discípulo inicia un camino desde el momento que anuncia el Reino de Dios. No es algo tan fácil, porque el camino va acompañado de un determinado mensaje. El camino tiene también sus dificultades y contratiempos, pero se trata de preparar bien el corazón, de ser coherente con lo que se anuncia y de testimoniar con la propia vida, ese es el camino auténtico. Los cristianos estamos llamados a hacer este camino. Un cristiano que no anuncia el Reino de Dios no es un verdadero cristiano. El anuncio, más que palabras, necesita hechos de vida. Cuando nuestras buenas obras se transparentan estamos en camino, cuando perdonamos al hermano estamos haciendo camino. Al ponernos en camino ponemos toda nuestra vida y todo lo que nuestra persona es: por eso lo que el anuncio es en universal se realiza de modo particular en cada persona.
Desear la paz. Los discípulos llevaban un mensaje de paz y el Señor en sus apariciones nos saluda con su paz. Desear la paz forma parte del anuncio y trabajar por ella es una misión que nos compromete a todos. La paz es don de Dios y el Señor quiere que nuestro mundo sea un reflejo de su paz. El discípulo es el hombre que trabaja por la paz, porque sin la paz la convivencia es imposible, pero la paz se construye desde dentro, desde un corazón generoso. El anuncio va acompañado de esa paz que solo Dios ofrece. El anuncio es en cierto modo un anuncio de la paz.
La alegría. El papa Francisco lo dice siempre: un anuncio sin alegría es un anuncio falso, la alegría nace del propio evangelio, de lo que la palabra de Dios es en sí misma; la alegría de la salvación, la alegría del amor de Dios, la alegría de la comunidad. Un mensaje alegre es un mensaje que se contagia: por eso la alegría que el Evangelio nos ofrece es una alegría veraz y contagiosa. El hombre alegre es el hombre feliz; necesitamos de esa alegría que viene de Dios, de esa alegría que está presente aun cuando las dificultades nos asechan. La alegría del discípulo tiene una dimensión más profunda, es la alegría de saber que su nombre está inscrito en el cielo, como nos lo narra el evangelio.
«Enviados a predicar» es en definitiva el imperativo que nace del evangelio de hoy: el anuncio es predicación y la predicación conlleva la alegría y la paz. Si somos seguidores de Jesús, es nuestra responsabilidad anunciar su mensaje, y no de cualquier manera: el seguimiento nos compromete y el anuncio nos dispone. Tenemos la tarea de sentirnos enviados como esos discípulos, de salir de nuestra zona de confort y ponernos en camino, sabedores de que el Espíritu nos guía y acompaña.