XXVII Domingo del Tiempo Ordinario - Siervos inútiles

Seguimos a Jesús y servimos a Dios no por lo que podemos conseguir.

Los apóstoles le hacen hoy una petición a Jesús, que nosotros debemos hacer nuestra cada día: «Señor, auméntanos la fe». La fe es un don de Dios completamente gratuito. Es algo que debemos pedir constantemente. Así como sea nuestra fe, la respuesta que damos a Dios, seremos como el primer criado del que habla Jesús o como los siervos inútiles, los siervos inútiles del final del Evangelio. Justamente su respuesta, «¡somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer!», puede que esté pasada de moda. Hoy en día parece que lo ordinario se está volviendo extraordinario. Cuando uno observa algunas de las series del momento, ve a los protagonistas como aquellos que hacen lo que no hay que hacer. Pero no hay que irse a la ficción para observar algo parecido a nuestro alrededor. Lo que de normal deberíamos hacer por nuestra profesión, civismo o educación básica, parece que deba ser recompensando. Incluso nos puede ocurrir en el ámbito de la fe.

Para ello debemos preguntarnos de dónde brota nuestra obediencia a Dios. Puede que sea para obtener alguna recompensa. Hay lugares en nuestro mundo donde la fe cristiana está aún ligada al prestigio (aunque haya otros donde se persigue). Incluso podemos tener una actitud de exigencia ante Dios, pidiéndole que nos dé un premio por hacer lo correcto, lo que debíamos hacer. Nuestro obrar surge entonces por el interés. Este sería el primer criado. Sin embargo, Jesús nos propone a los siervos inútiles como modelo. Aquellos que actúan desinteresadamente. Porque consideran correcto aquello que hacen. Han integrado en su corazón los mandatos del Señor. Han descubierto en ellos una fuente de vida. Aquellos que, desde la humildad, se reconocen en plena dependencia con Dios. La experiencia cotidiana para los apóstoles le sirve a Jesús para replantear la relación con Dios. Seguimos a Jesús y servimos a Dios no por lo que podemos conseguir. Se trata de una relación de gracia y amor.

Por último, la petición de aumento de la fe nos puede confundir. Podemos pensar que la fe es algo de cantidades. Pero la fe no es algo de cantidad, de ver quién tiene más o menos fe en una balanza. La fe es un tema de calidad. Cuando pedimos a Dios que aumente nuestra fe le pedimos que nos la purifique, que sea cada vez más confiar en él solamente. Es verdad que cuando iniciamos nuestro camino de fe se nos prometen cosas. Como en la relación con una persona. Al conocerla, ya sea por intereses comunes, sus cualidades o porque es guapa, nos interesamos por ella. Conforme crece la relación buscamos a la otra persona por sí misma, no por lo que pueda darnos. Incluso este proceso se da a veces sin un por qué. Amamos a alguien porque lo amamos. Esa es la fe del grano de mostaza. Algo pequeño que hace maravillas. Algo insignificante que cambia vidas. Una cosa parecida pasa en la vocación. Algo despierta en nosotros un vuelco del corazón. Pero aunque ese algo sea pequeño, como el grano de mostaza, cuando se entrega generosamente y confiadamente a Dios, es capaz de grandezas. Y aún así, cuando se presente ante Dios dirá: «¡somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer!».