XXX Domingo del Tiempo Ordinario - La humildad como método de oración
El evangelio de hoy nos quiere enseñar que no basta con practicar buenas obras, obras de justicia, sino que hay que practicarlas bien: no puede haber una disociación entre el obrar y la intención de aquel que obra. No está bien que uno por considerarse justo desprecie a su prójimo, pues no habrá entendido nada de lo que es el obrar justo para Cristo. La obra buena y justa de uno necesariamente también justifica y hace bueno al otro: nuestro obrar nunca es un obrar aislado de la comunidad. Cristo en todas sus obras, que nos relatan los evangelios, obraba justificando y ayudando a los demás.
Este evangelio también quiere recordarnos que nuestra oración tiene que ser un diálogo, no un monólogo donde me justifico delante de Dios y le pido las cosas como si las mereciera por lo que he hecho. Acordémonos de que ese mismo pecado de soberbia y orgullo fue el que rompió las relaciones de Adán y Eva con Dios.
Hermanos, en definitiva, Jesús quiere recordarnos que toda nuestra vida tiene que estar conducida por la humildad, que es reconocer los milagros y gracia que Dios nos regala todos los días. La humildad es la gran virtud que, como una gracia de Dios, es capaz de ayudarnos a reordenar y sanar nuestras pasiones y nuestros vicios, conduciéndonos al camino de la reconciliación.