¿Y tú, qué le dirías?
Muchas son las tentaciones que llenan las ansias y los deseos de los hombres hoy en dia; ya no vienen en forma de manzanas o de panes, ni presentadas por serpientes o demonios rojos que llevan tridentes. El día a día del ser humano está en un constante vaivén de decisiones. La mayoría de ellas perfiladas a conseguir aquello que deseamos o al menos que visualmente nos atrae.
La liturgia de este primer Domingo de Cuaresma refleja el sentido de las tentaciones con el significado de la palabra “desafío”. Eva fue “desafiada” a tocar el árbol de la sabiduría e ir contra las prevenciones de Dios, que a pesar de haberles dado (¡todo un jardín, lleno de cualquier clase de árboles, animales, plantas!) cuanto necesitaban para vivir, la codicia y el deseo de conocer lo prohibido le llevaron a querer más. Porque quizás al ser prohibido era bueno, cometió la desobediencia, falto al mandato de Dios, quien había cuidado de ellos, y solo una cosa había requerido Dios: alejarse de aquello que estaba prohibido. Cuán difícil no es atenernos al margen de las situaciones, cuando sabemos que no es bueno para el alma, mucho menos para el cuerpo. Allí vamos, persiguiendo aquello que está contraindicado.
Jesús al entrar en el desierto, cuando finalmente siente hambre y su condición humana hace que el cuerpo sucumba ante la necesidad, es “desafiado” por aquél que conoce su debilidad y sabe muy bien lo que el cuerpo desea ante tales circunstancias. Jesús reacciona anímicamente citando la ley que bien conoce: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor, tu Dios” y “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. Tres tentaciones, tres respuestas afirmativas, contundentes, decisivas, que hacen que el tentador finalmente se marche y se acercaran los ángeles a servirle, como nos dice el evangelista.
Dios conoce nuestras necesidades, Dios sabe quiénes somos, que queremos y lo que hay “oculto en nuestros corazones”, y su respuesta a nuestras plegarias solo es el reflejo de nuestra actitud hacia Él. Cuando le buscamos de corazón, cuando conocemos y cumplimos los mandamientos, pero sobre todo cuando nos alejamos de aquello que tienta nuestra fragilidad y amenaza la voluntad del Padre, es cuando cumplimos fielmente aquello que el Señor nos ha pedido: amarlo sobre todas la cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Decir estas cosas no resulta fácil cuando las tentaciones se presentan en momentos en los que la desesperación nos apremia. Una situación de vida o muerte, una decisión fundamental o una oportunidad increíble. El demonio sabe cómo tentar, como persuadir. Sabe que si se acerca ofreciendo los bienes que son de este mundo fácilmente ganará, a quienes se ven en la necesidad de aceptar tales ofrecimientos. Pero no son más que simples cosas pasajeras, nuestro premio no está en este mundo, nuestra recompensa no es aquí y ahora, y no se mide con dinero o equipara con riquezas.
La mejor satisfacción es vencer a aquél que nos tienta. Es saber que, nuestra conciencia está tranquila y en paz, pues no viviremos sólo el momento de la codicia o de la vanidad, sino que nuestra gratitud será el haber rechazado aquello que será nuestra perdición. Pensemos por un momento en aquél hombre que deseaba ser el hombre más feliz del mundo, y tenía envidia de quienes reían, comían, festejaban y disfrutaban de sus seres queridos, mientras que él, solo y triste era infeliz en la oscuridad de su casa. Tal era su envidia, que pidió con todas las fuerzas de su corazón hacer lo que fuera por ser el más feliz de la aldea. El demonio le tentó y le prometió tal felicidad llena de regalos y riquezas, pues este hombre era muy pobre, a cambio de una sola cosa, matar a los demás, y sacrificar sus almas. El hombre, cegado por su deseo, hizo cuanto el demonio le pidió con tal de alcanzar lo que tanto anhelaba. Su recompensa llegó: riquezas, lujos, vanidades, y la alegría con ello, pues jamás había tenido tanto. Pero pasados los días, se dio cuenta que su ánimo decaída nuevamente: no había más nadie en la aldea salvo él, no había con quien compartir, no había a quien convidar ni mucho menos a quien presumirle su felicidad de ser rico. Esta vez la tristeza de no poder mostrar su posición lo llevaron a acabar también con su vida.
De modo que siempre toda tentación trae consigo una consecuencia. En el desenlace de la primera lectura veremos que termina con la expulsión del paraíso. En el evangelio, por otro lado, trae consigo la recompensa de la salvación, la promesa del rescate, la palabra de Dios que se manifiesta en su ayuda a quienes de corazón le aman y le siguen.
Y tú, ¿cuál crees que sería tu recompensa si decides amar de todo corazón y seguir la voluntad y el camino de Dios?