“Yo soy el buen pastor” Domingo IV de Pascua, Ciclo B (Jn 10, 11)
Los cristianos seguimos celebrando la Pascua con intensidad y gozo. Porque la gran fiesta de la Resurrección y de la Vida que triunfan sobre el mal, el dolor y la muerte, no puede quedarse en cosa de unos pocos días. La primavera va avanzando con su explosión de luz, color y vida. También en las celebraciones pascuales llegamos al cuarto domingo, el denominado “domingo del Buen Pastor”.
El evangelio del día nos presenta a Jesús hablando de sí mismo en estos términos: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11). Hay que reconocer que esta imagen de Jesús como pastor en muchos cristianos de hoy puede producir incomodidad y hasta rechazo. Y no sólo en el ámbito creyente. A nivel social, como ciudadanos que somos, no nos gusta, no queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. Tiene unas connotaciones claramente negativas. No queremos que nadie nos gobierne, controle o dirija nuestra vida.
No podemos olvidar el contexto, el lugar y las circunstancias que se dan detrás de la utilización de este símbolo por parte del evangelista San Juan. Efectivamente, se trata de una sociedad, la del tiempo de Jesús, eminentemente rural y campesina. Sabemos que para los primeros cristianos, una imagen muy querida y utilizada por ellos en las catacumbas, era la que representaba a Jesús cargando sobre sus hombros a la oveja perdida o enferma.
Nosotros no vivimos en una sociedad como aquella tan vinculada a la tierra, a la naturaleza… y por eso cabe preguntarnos si esta imagen del pastor bueno no es quizá demasiado trasnochada para hablar de Jesús, de Dios, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es preciso que veamos más allá del término, de la metáfora utilizada, el significado más auténtico y actual que podemos encontrar los cristianos de hoy a la expresión “buen pastor” referida a Jesús.
Cuando a lo largo de nuestra vida todos pasamos por experiencias críticas, duras, tremendamente difíciles, ¿a quién no le gustaría ser llevado a hombros con todo cariño y todos los cuidados precisos, por quien puede ayudarle a superar esos momentos y situaciones extremas? Es cierto: todos necesitamos, al menos en circunstancias especiales, algún guía o apoyo en la vida. Para superar obstáculos, para tomar decisiones, para encontrar el camino más adecuado a seguir. Los cristianos creemos que Jesús de Nazaret puede ser referente definitivo del ser humano. Dios, a través de Jesús es quien nos puede conducir a los verdaderos horizontes de dignidad humana, de plenitud, de vida verdadera y dichosa.
Es verdad que la sociedad actual nos quiere vender una felicidad a toda costa. Y para ello nos trata de imponer todo: la moda en el vestir, la bebida, la canción a escuchar… Y también se nos imponen los hábitos, costumbres, ideas, valores, un estilo de vida. Cuántas doctrinas, cuántos maestros de sabiduría o de ciencia, cuántos líderes de todo tipo aparecen en el escenario cada día prometiéndonos llevar lejos, hacia una realización verdadera y plena. No es algo nuevo. También la Biblia nos da cuenta de la aparición de otros pastores, jefes del pueblo y falsos profetas, que reciben duras críticas y son desenmascarados porque no sirven a los demás, ni liberan a las personas, sino que se aprovechan, abusan y abandonan a su suerte a las ovejas.
La experiencia cristiana se nos brinda, una vez más, como Buena Noticia. Es en el Evangelio donde nos topamos con el verdadero rostro y el corazón de Dios encarnado en su Hijo Jesús. El texto de san Juan que este domingo nos ofrece la liturgia, resulta muy clarificador para conocer más a Jesús y seguirle más de cerca, con toda confianza. Porque Él sí que es el Buen Pastor, el mejor. Él da la vida por todos, se entrega no sólo de palabra, sino con los hechos, con su actuar. Y hasta el final. Tenemos la seguridad de que Jesús no nos abandona, como otros líderes, jefes o pastores asalariados e interesados. De Él nos podemos fiar totalmente.
Las expresiones que usa el texto evangélico son muy bellas y nos animan a vivir en esa relación de plena confianza en Él. Jesús nunca será un pastor, o un jefe autoritario, ni controlador, ni que se dedique a vigilarnos y a exigirnos. Sino que es y será siempre ese Amigo, ese Hermano Mayor que nos va a cuidar, preocupado por todos, que siempre estará atento a los demás, y especialmente a quienes estén en una situación de mayor debilidad, marginación, dolor, exclusión o indefensión. Y aquí cabemos todos. Jesús, Buen Pastor, es pues una imagen bellísima que nos habla del Amor de Dios, inexplicable en su totalidad para nosotros.
¿Cómo vamos a resistirnos ante esta oferta de tanto y tan gran Amor? La invitación es clara: no endurezcamos ni cerremos nuestro corazón. Jesús está dispuesto siempre a establecer con nosotros una relación personal de conocimiento, de cercanía, de ayuda verdadera. Con demasiada frecuencia se nos olvida que podemos acudir a Él cuando estamos cansados, sin fuerzas, desorientados…
Por eso los cristianos, desde hace siglos, seguimos orando con el Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta...”. Y con el evangelio en la mano lo entendemos mucho mejor; porque Jesús, el Señor resucitado, que sigue estando con nosotros siempre, es la puerta para una vida de horizontes infinitos, llena de esperanza y de belleza; Él es la fuente y el manantial, es el mejor alimento y nuestro verdadero descanso y reposo. Ante este Pastor Bueno, el Mejor, no cabe ya nunca más el miedo, sino una relación de gratitud, amor correspondido y seguimiento confiado y fiel.