El gobierno en la Orden de Predicadores: una fulguración de la fraternidad
La Orden de Predicadores, 800 años después de que la fundara santo Domingo de Guzmán, sigue caracterizándose por su sistema de gobierno. Un sistema de gobierno fuertemente democrático, inspirado en la horizontalidad y fraternidad de la primera comunidad cristiana: «Llamó a los que quiso para que estuvieran con él» (Mc 3,13-19). Un sistema de gobierno que quiere ser expresión de nuestra unidad en el seguimiento de Jesucristo, modelo y vector de nuestra fraternidad.
Entrando en detalle, tenemos que, por ejemplo, para el buen funcionamiento de las comunidades, exige tener una autoridad (prior o superior) responsable. De modo que, elegido por los frailes siguiendo criterios que guarden relación con la idoneidad del fraile, de acuerdo con las directrices de nuestras constituciones, se encargará de «promover la vida fraterna regular y apostólica» (LCO 299).
Bajo la obediencia, los frailes deben verse no como esclavos de la ley, sino como hombres libres bajo la gracia.
La autoridad de la Orden de acuerdo a nuestras constituciones, reposa en el Capítulo General y en el Maestro de la Orden. Con la participación de las provincias, al frente de cada una de ellas están el Capítulo Provincial y el Prior Provincial (cf. LCO 252). La autoridad entre los dominicos es compartida con el fin de ejercer un gobierno comunitario, donde los superiores obtienen ordinariamente su oficio mediante elecciones hechas por los frailes y confirmada por una autoridad superior (cf. LCO VII). Estos, a su vez, tienen que realizar su servicio con amor, empatía; lo cual exige paciencia, ecuanimidad y escucha para facilitar el diálogo.
La Orden de Predicadores goza de un sistema de gobierno democrático. Fue ideado por Nuestro Padre santo Domingo, por lo que nuestro sistema de gobierno es «antiguo», pero no «anticuado», flexible, abierto a ser renovado para que la Orden tenga una presencia en el mundo adaptada al lugar, tiempo, con la finalidad de discernir los signos de cada generación y proponer respuestas claras, eficaces y que puedan cumplir y perseverar la pasión de nuestro padre Domingo, cual es: «la salvación de almas».
Nuestro Padre santo Domingo, inspirándose en la regla del bienaventurado Agustín, pedía a sus frailes «comunidad y obediencia» (LCO, 17-I). Bajo la obediencia, los frailes deben verse no como esclavos de la ley, sino como hombres libres bajo la gracia. De hecho, nuestras constituciones no obligan a culpa. (Mi formador del noviciado me decía: «Sipi, sé libre en corregirme». ¡Qué humildad!). Entre los dominicos el ejercicio de la autoridad va ligado a la obediencia, pero no una obediencia «sumisa». Nuestra obediencia es dialogada, compartida. De tal modo que no solo se le debe obediencia al superior, sino también a todos los frailes, porque somos una orden con una estructura horizontal.
Los dominicos entendemos la obediencia como una actividad intrínsecamente relacionada con la libertad; sin embargo, no una libertad que exime el control de lo superiores, sino una libertad concienciada que nos motiva a descubrir lo que debemos hacer y cómo debemos hacerlo, siempre desde la responsabilidad. Una libertad que nos hace ser «obedientes no solo a nuestros hermanos y hermanas, sino también obedientes a las voces de quienes nos llaman de diferentes maneras» (Fr. Timothy Radcliffe). Como decía san Agustín: «La verdadera libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, sino en hacer lo que debemos hacer porque nos da la gana».