El noviciado: una gran oportunidad en la vida
¿Qué es el noviciado? Una oportunidad, una gran oportunidad en la vida. Todos los que hemos vivido el noviciado lo recordamos aún pasados muchos años. Hay quien piensa que esto es porque el momento de la vestición del hábito al comienzo del noviciado es un acontecimiento que marca toda la vida, casi mágico en la historia personal. Pero no, la razón es otra: es un año especial en el que el tiempo adquiere otro ritmo, otra densidad, marcados por la experiencia de encuentro con Dios, con uno mismo, con los hermanos. Esto es fácil decirlo, pero la experiencia va mucho más allá. Hace 800 años, cuando nació la Orden de Predicadores, el noviciado ya aparecía como una etapa fundamental de iniciación para aquellos que deseaban ser frailes dominicos. Desde entonces han cambiado muchas cosas en las formas, pero el objetivo esencial del noviciado sigue siendo el mismo: fortalecer la identidad del novicio como religioso dominico.
Yo diría que el noviciado tiene algo que ver con un noviazgo en el que pones en juego tu presente y tu futuro, toda tu vida. Es un tiempo necesario para hacer una buena elección, y en el que se desarrolla un proceso que llamamos discernimiento. En este proceso podría distinguir tres fases: una primera de descubrimiento, la segunda de conocimiento y la tercera de enamoramiento.
La primera fase, aunque parezca raro, no tiene que ver con los dominicos sino con Dios. Si te planteas ser dominico es porque Dios se ha hecho presente en tu vida y quieres darle una respuesta. La primera gran tarea del noviciado, después del deslumbramiento inicial, consiste es que cada uno descubra a Dios en su propia vida y descubra el lugar que él mismo ocupa en el proyecto de Dios. Esto se hace escuchando su Palabra, alimentando la experiencia de Dios con la oración y el estudio (tanto personales como comunitarios), con la vivencia de los sacramentos, con las experiencias del silencio y la soledad, con el contraste de los hermanos,… La segunda fase es tan sencilla como compleja: conocerse lo suficiente para saber si el novicio y la Orden de Predicadores están hechos el uno para el otro, si son las medias naranjas que se necesitan para construir el futuro. Es un conocimiento por ambas partes.
fortalecer la identidad como religioso dominico.
Por parte del novicio es el conocimiento de todos los elementos que conforman la vida dominicana (la real, no la ideal), la que encarnan personas concretas con sus luces y sombras, la que se sustenta sobre miles de hermanos que la han dado vida en 800 años de historia, la que va buscando día a día el delicado equilibrio entre los distintos aspectos que la componen (oración personal y comunitaria, estudio y reflexión común, vida comunitaria, misericordia, predicación…) para responder con su vida al envío de Jesucristo de predicar el Evangelio. Esto supone siempre un conocerse mejor a sí mismo y enfrentarse a esos aspectos de la propia historia, del propio modo de ser y relacionarse, que no siempre son conformes al proyecto de vida que uno pretende comenzar.
La Orden de Predicadores, concretada en los formadores y la comunidad formadora, tiene la tarea de conocer y acompañar al novicio. Ninguno de los frailes hemos nacido preparados para vivir esta vida, al contrario, todos hemos necesitado acompañamiento, guía, corrección, calor, ánimo, de otros hermanos que han sabido ayudarnos a “aprender a ser frailes dominicos”. También los formadores, la comunidad, la Orden entera, aprendemos a renovar nuestra vida en este camino compartido, desde la frescura, la actualidad, la juventud, y, muchas veces, la lucidez de quien llega.
Con la profesión el novicio decide comprometer su vida entera
El último momento, que he llamado de enamoramiento, no es otro que la conclusión lógica de los dos anteriores. A quien está enamorado no le importan ni los desafíos, ni los problemas… solo el objeto de su amor, y por ello es capaz de jugarse la vida. Seguir a Jesucristo y anunciar la Buena Noticia a todas las gentes es un reto tan exigente como lo es la vida dominicana, pero también es apasionante. Esta es la gran apuesta de nuestra vida, que concretamos en el momento de emitir la profesión religiosa al final del noviciado. En la profesión, consciente y libremente, y de modo público, el novicio decide comprometer tu vida entera y para siempre consagrándose a Dios de un modo especial en el camino iniciado por santo Domingo y compartido con muchos hermanos dominicos.
Es cierto, el noviciado es una oportunidad como pocas en la vida. Nos permite reemprender el camino con los cimientos bien asentados, tanto como personas como creyentes… Pero el camino sigue. Los cimientos solos no bastan para vivir. Hay que edificar la casa entera. Ser un buen fraile dominico es tarea de toda la vida, por eso vendrán después unos años de formación inicial (el estudiantado), y luego todo el largo camino “hasta la muerte”, un camino para afianzar y renovar lo que vivimos en el noviciado como primicia.
Hoy nuestro noviciado está en Sevilla (España) y en él compartimos vida, vocación, sueños y fe, varios hermanos de diferentes países y continentes. Ser fraile dominico merece la pena… y no sólo por el noviciado. Anímate.