Estudiamos para poder amar más y mejor
Fiesta de Santo Tomás de Aquino
El día de la fiesta de santo Tomás de Aquino, en el contexto de una página web vocacional, no puedo evitar hablar de la vocación al estudio dentro de la Orden de Predicadores. Al fin y al cabo, Tomás de Aquino es uno de los mejores modelos que tenemos de dicha vocación.
La vocación al estudio, tal como se puede entender dentro de la Orden, tal como la entendió Santo Tomás, no es fácil: no suele ser comprendida ni siquiera por los hermanos, que muchas veces la miran con recelo y sospecha. Además, exige una disciplina y un temple de ánimo que no todo el mundo posee. Como en todo proceso de maduración, en el estudio hay que dedicar tiempo, mucho tiempo, y uno no siempre ve los resultados. Pero poco a poco estos resultados aparecen. Y no me refiero a publicaciones, o conferencias, o cosas por el estilo, que también.
No estudiamos para que el Misterio se desvanezca: estudiamos para convivir con él
Los frutos del estudio dominicano son principalmente espirituales. Porque para algunos de nosotros el estudio es un lugar privilegiado para la contemplación. No hemos de confundir los medios del estudio con sus objetivos. Los medios pueden ser libros, películas, actitudes, horas de reflexión, publicaciones, etc. Los frutos son, para decirlo con terminología clásica, los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor de Dios. Igual que el amar no se cifra todo en su dimensión emocional, aunque la tenga, estudiar, como tarea mística, no se reduce a su dimensión intelectual, aunque la tenga. En la oración, es el Espíritu el que ora en nosotros: lo único que hacemos es habilitar unas mínimas condiciones. En el Estudio, es el Espíritu el que obra también en nosotros: lo único que nosotros ponemos son unas mínimas condiciones.
Que sean dones, regalos, dádivas y no algo que nosotros conseguimos o alcanzamos nos dice algo importante sobre el estudio dominicano. Para empezar, como dice el libro de la Sabiduría, hemos de suplicar, pedir, buscar. En el fondo, para nosotros, estudiar, intentar comprender la realidad, comprender a las otras personas, es siempre una búsqueda de Dios, un camino para intentar ahondar en la intimidad divina. El estudio es capaz de profundizar en el Misterio no porque la razón se rinda ante los dogmáticos o ante quienes nos dicen que doblemos la cerviz, sino porque se rinde ante el propio Misterio. Lo inexplicable no lo es porque lo digan los curas, o los obispos, o porque la Iglesia lo mande creer. Lo inexplicable lo es de suyo, y la razón nos muestra que efectivamente así es. Para el creyente con capacidad de pensar, suspender esta capacidad ante la cuestión de Dios, ante el misterio de los demás, por más que sean incomprensibles, no es una virtud, ni es buena piedad, sencillamente es negligencia. Como escribió Chesterton, cuando entro a la Iglesia me quito el sombrero, no la cabeza.
Llevar la razón hasta lo profundo, implica reconocer sus límites. Ello exige humildad, y produce humildad. Lo cual permite seguir el proceso: al hacernos más humildes, más temerosos de Dios, más sensibles a los demás, podemos convivir por más tiempo con el Misterio. El estudio no desvela el Misterio, no lo diluye, no da la respuesta de una vez por todas. Estudiar lo incomprensible, hablar sobre lo indecible, adquirir familiaridad con lo totalmente otro, implica una convivencia. Esta convivencia con el Misterio, con su hondísima profundidad nos hace a nosotros más profundos, radicaliza nuestra vida, la asienta en sus bases auténticas. No estudiamos para que el Misterio se desvanezca: estudiamos para convivir con él, para familiarizarnos con él, para hacernos capaces de recibir de él aún más vida, más gracia. Si no convivimos el tiempo suficiente con las preguntas jamás barruntaremos la hondura de las respuestas.
Nuestro estudio no significa lo intelectual frente a lo amoroso… confieso que estoy harto de esta distinción absurda. No estudiamos para quedar mejor en las conversaciones, ni para tener un curriculum impresionante: estudiamos para ser capaces de amar cada vez más y mejor. Y es ese amor lo que nos permite estar más cerca de la realidad, más cerca de todos los humanos, más cerca de Dios.
Como dice Santo Tomás, el estudio de la sabiduría une especialmente a Dios por amistad, que es la forma más sublime de amor que conocemos. Este camino de vida, aunque sacrificado, costoso, incomprendido y no siempre grato, resulta ser a la larga provechoso y feliz, pues, como dice el libro de la Sabiduría, su conversación no es amarga, ni dolorosa su convivencia, sino alegría y gozo.