La Música y la Liturgia en la Orden de Predicadores

Fr. Antonio Rafael Medialdea
Fr. Antonio Rafael Medialdea
Real Convento de Predicadores, Valencia

Uno de los lemas de la Orden de Predicadores es Laudare, Benedicere, Praedicare: Alabar, Bendecir, Predicar. Estos tres elementos se encuentran unidos armoniosamente en nuestras celebraciones litúrgicas. En nuestras Eucaristías comunitarias es común la predicación diaria. En las mismas, y en el Oficio divino, pedimos la bendición de Dios sobre toda la creación. Y el canto de los salmos y de los elementos pensados para ser cantados son el mayor canto de alabanza a Dios.

La música y la liturgia han sido parte importante e integrante de nuestra tradición desde los comienzos de la Orden. Tanto es así, que hasta el Concilio Vaticano II la Orden tenía un Rito propio para la celebración de los sacramentos, con sus características propias. Dichas características también tocaban a la parte musical, sobre todo al canto de la Orden. Sin duda, la característica fundamental de dicho canto en nuestra liturgia era la máxima breviter et succincte (brevemente y ágilmente). Esto venía indicado por las disposiciones del Maestro de la Orden Humberto de Romans, el cual consideraba que el canto y la liturgia debían estar configurados de tal modo que no se impidiese el estudio (ne studium impediatur).

La brevedad de dicho canto se plasmó en un menor número de notas en las obras dominicanas con respecto al canto llano o gregoriano de otras órdenes o de la Iglesia Universal. El esquema melódico se conservaba, pero las notas excesivas de adorno eran reducidas. Así mismo, ciertas figuras musicales, como el quilisma o el strophicus, no son usadas en las composiciones de la Orden. No obstante, toda regla general tiene excepciones. El caso más notorio sería la Salve Regina que se canta al final de las Completas. Debida a la inclusión en el rezo de las mismas por parte del Maestro de la Orden Jordán de Sajonia, a la protección que desde el principio sintieron los frailes tenía la Virgen María sobre la Orden, es una obra bastante adornada y llena de solemnidad. Incluso con el segundo principio de la liturgia dominicana, la agilidad, la Salve dominicana es bastante más larga que la Salve solemne de los benedictinos.

Con respecto a la liturgia previa al Vaticano II, especialmente en lo que respecta a la Misa, también había algunas diferencias con el Rito romano. Veamos algunos ejemplos. Uno de los elementos que resultaba más vistoso era la preparación del cáliz. Esta se hacía nada más subir al altar, antes de empezar la Misa propiamente. En las misas solemnes se preparaba durante el canto del Gradual, pero nunca en el momento del ofertorio tal y como nosotros lo conocemos en la liturgia romana antes y después del Vaticano II.

La invocación inicial que hacía el sacerdote al pie del altar antes de recitar el yo confieso era diferente. En el rito romano es «Subiré al altar de Dios» del sacerdote, con la respuesta del acólito «Al Dios que es la alegría de mi juventud». Sin embargo, la invocación inicial en el rito dominicano era «Alabad al Señor porque es bueno», con la respuesta del acólito «Porque es eterna su misericordia». Después, en el rito romano, seguía el salmo 42 (Iudica me), mientras que en rito dominicano se pasaba directamente al yo confieso. El confíteor también era diferente, siendo más breve, incluyendo además la invocación «al bienaventurado Domingo, nuestro padre» y omitiendo el golpe en el pecho que en rito romano acompaña las palabra «por mi culpa». Ésta invocación, «por mi culpa», se dice sólo una vez en lugar de tres, como estamos acostumbrados en el rito romano.

En el momento del ofertorio, como ya está preparado el cáliz con el agua y el vino, vemos otra de las diferencias de dicho rito con respecto al romano. En lugar de dos oraciones, una para el pan y otra para el vino, con sus respectivas presentaciones nos encontramos con lo siguiente: una única oración en tres partes, con una sola elevación, que además es breve, y la forma del pan es colocada desde la patena en el corporal de forma simple, sin hacer la señal de la cruz con la forma en la patena por encima del corporal. Otro elemento curioso se daba después de las palabras de la consagración. Una vez terminada la consagración el sacerdote ponía los brazos en forma de cruz durante parte del canon. Este elemento es compartido también con otros ritos de órdenes religiosas.

Terminada la plegaria eucarística, el canon, en el momento de «Por Cristo, con él y en él» también encontramos una diferencia. En el rito dominicano no se elevaba el cáliz en ningún momento, solamente la forma ya consagrada. Y por último, otro de los ejemplos claros de diferencias entre ambos ritos era el momento de la paz. En las Misas que había paz, una de las características del rito dominicano es que el presbítero no besaba el altar antes de dar la paz al diácono, sino que besaba el cáliz.

Después del Concilio Vaticano II, y de la Reforma litúrgica, uno de los Capítulos Generales de la Orden decidió acoger dicha reforma en lugar de hacer una reforma del rito dominicano. Sin embargo, se encargó a una comisión la labor de seleccionar algunos elementos típicos de nuestra tradición litúrgica y musical, que podemos encontrar en nuestros Propios (Misal, Leccionario, Liturgia de las Horas). Además de los reflejados explícitamente, algunos hermanos de la Orden han mantenido ciertos elementos vivos en nuestras celebraciones litúrgicas (como preparar el cáliz antes de la Misa o besar el cáliz en el momento de la paz). Pero aunque la forma externa haya cambiado, la función de nuestra liturgia sigue siendo la misma: Alabar, Bendecir, Predicar.