La Orden de Predicadores y la Sagrada Escritura
El Siriaco es una lengua que se habla aún en algunos pueblos de actual Siria. Para poder entendernos con alguien que habla el siriaco necesitamos un traductor; de otra manera la comunicación queda reducida al lenguaje no verbal. Algo parecido ocurre con la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura es la traducción a lenguaje humano del lenguaje de Dios. O dicho con otras palabras: la Palabra de Dios se entiende fundamentalmente con palabras humanas. Si no fuera así, me cuesta imaginar o entender otra forma de comunicación de Dios.
La Orden de Predicadores es una orden consagrada al ministerio de la Palabra, es decir, a hacer comprensible la Palabra de Dios en la vida propia y de los hombres y mujeres de este mundo. Esta comprensión o traducción se ha hecho a los largo de 800 años de muchas maneras distintas, pero siempre con un mismo nombre: la predicación. Algunos han predicado enseñando, otros desde los púlpitos parroquiales, otros investigando, otros en la situaciones dolorosas de nuestra sociedad. Pero todos se han hecho, de alguna manera, traductores de la Palabra de Dios.
Dentro de estos predicadores, hay algunos que se han dedicado y se dedican al estudio de la Sagrada Escritura más cuidadosamente; estos son los biblistas o exégetas. La lista la abre Fray M.J. Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén, seguida por frailes de la talla de R. Vaux, P. Benoit, R.Tournais, Barthelemy, A. Colunga… Hombres fascinados por la Palabra de Dios que han dedicado su vida a comprender progresivamente el sentido de las palabras humanas con las que está dicha la Palabra de Dios.
Pero lo fundamental de estos hombres no ha sido su estudio riguroso de la Palabra de Dios, sino el haberse vaciado de todo lo propio para acoger en su vida a la Palabra de Dios. Es imposible que podamos escuchar la Palabra de Dios, si no nos despojamos de todo lo propio que hace ineficaz la Palabra.
No hay fraile dominico que no se deje tocar ni configurar por la Palabra de Dios. Si esto no fuera así, la Orden de Predicadores estaría cortando sus raíces más genuinas. El Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo era lo que Santo Domingo no vendió en Palencia. No eran pieles muertas, sino palabra viva y vivificadora.
Además, la Palabra de Dios es lo que hace permanecer a los frailes en nuestra vocación, permanecer enraizados en las fronteras en las que predicamos y con el pueblo con el que caminamos, permanecer en el misterio de la fraternidad, permanecer en el continuo proceso de conversión. Porque la Palabra de Dios permanece para siempre (Verbum Domini maneat in aeternum).