La Predicación dominicana - Predicar es comunicar

La Predicación dominicana - Predicar es comunicar

Predicar es comunicar

Nosotros los dominicos, tenemos como carisma la misión de la predicación, y toda nuestra vida, todo lo que hacemos, tiene como finalidad prepararnos para la predicación. Desde el origen de nuestra Orden, el obispo Diego y Santo Domingo tenían claro que tenían que actualizar la manera de predicar, pues la que se venía utilizando ya no lograba frutos. La certeza que ambos tuvieron fue que, a la predicación, hay que sumar el ejemplo, es decir, lo que se predica tiene que convertirse en vida, tiene que estar reflejado en la vida del predicador. Los oyentes ya saben el contenido de la predicación antes mismo que de la boca del predicador salga la primera palabra, pues ya previamente han contemplado sus acciones.

El predicador  entrega parte de sí en el mensaje que anuncia, y así se entrelaza con los demás, construyendo comunidad.

Nuestro padre y el obispo Diego, lo que hicieron fue despedir al séquito que los seguía, apostaron por la sencillez y por un estilo de vida parecido al de los cátaros, y fueron fieles al estilo evangélico. En este sentido afirmaba san Agustín: “Si fuera necesario, utilicen las palabras”, y también san Antonio: “Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras.”, También afirma San Gregorio: “La norma del predicador es poner por obra lo que predica”; y por fin, también podríamos añadir la bellísima oración que el obispo dice al neo-diácono cuando se le entrega el evangeliario: “Cree lo que lees, enseña lo que crees y vive lo que enseñas”. Ejemplos y amonestaciones no nos faltarían respecto a este tema.

“Las palabras convencen, los ejemplos arrastran”. Podríamos decir también que los ejemplos arrasan. ¡Sí! Un ejemplo tiene el poder de cambiar estructuras, tiene el poder de renovar el sentido de la vida, de abrir precedentes. Fijémonos en Cristo, el verdadero y más pleno ejemplo que tenemos de hombre, ejemplo al cual tenemos que seguir. Sus actitudes movían a muchos, incomodaban a otros, pero lo que es cierto es que nadie se quedaba indiferente ante ellas. Por tanto, es imposible encontrarse con Cristo y seguir el mismo camino, hay que hacer lo que hicieron los reyes magos: “Se retiraron a su tierra por otro camino” (Mt 2, 12).

¿Qué es lo que predicamos nosotros dominicos? ¿Un concepto? ¿Un acontecimiento? Nosotros dominicos y todos los cristianos estamos llamados a predicar a una persona: ¡Jesucristo! Es la persona de Jesús el centro de nuestra predicación, pues Él nos reveló al Padre, pues Él nos enseñó el camino de la Verdad que nos lleva a la Vida Eterna. ¡Sí, hermanos! Este sol naciente que nos vino a visitar, que se hizo carne, es la verdad que buscamos y anunciamos. Precisamente eso es lo que quiere decir Santo Tomás cuando dice “contemplare et contemplata aliis tradere” (Contemplar, y a los demás, [dar] lo contemplado).

Ya sabemos el contenido de nuestra predicación, ahora nos hace falta saber el método, el cómo de lo que predicamos. Pues predicamos a Cristo partiendo de nuestra experiencia personal con Él, solamente presento a Cristo si lo conozco. Lo más bonito es que no nos basta sólo un encuentro para conocerlo, nos hace falta infinitos encuentros con Él, de infinitos modos y desde infinitos lugares. Por eso podemos decir que hay una continuidad y una discontinuidad en la predicación. La continuidad se da en que se sigue predicando a Cristo. La discontinuidad se da por el hecho de que ya no se puede decir las mismas cosas, pues los encuentros que se tiene con Él renuevan, recrean, transforman a uno hasta el punto de llegar a ser una nueva criatura. El predicador debe estar siempre conectado a Dios por Jesús en la fuerza y gracia del Espíritu Santo. Y por este mismo hecho, está siempre actualizado, es decir, está siempre sensible a las realidades de su alrededor, pues ellas le interpelan una manera distinta de anunciar la misma y eterna verdad.

De esa manera, todo lo que hace uno es una predicación, pues lo hace desde su interior, desde su ser más íntimo que se deja modelar por Dios todas las veces que lo encuentra. Un simple saludo de “buenos días”, un simple “gracias”, un simple “perdona” que brota desde el sagrario inviolable del hombre, es una predicación plena, completa, perfecta. Más aún, podemos decir que es la misma predicación que Dios hizo de sí mismo en la persona de su Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo. 

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Cada actitud evangélica del hombre es la misma acción salvífica de Dios, así que, cuando comunicamos a Jesús, asumimos parte de la labor de Dios de auto comunicarse, nos hacemos Alter Cristus, es decir, otros Cristos.

Dios al predicar, es decir, al comunicarse, se hizo comunión. En el misal latino, son muchas las veces que encontramos la palabra “comunicatio”, que la hemos traducido por comunión. Y, de hecho, vemos esta relación entre comunicación y comunión en la vida de Jesús; Él, cuando comunica el Reino de Dios, cuando cumple el plan que Dios había proyectado, hace a todos partícipes de la misma familia divina (así se reza la oración sobre las ofrendas de la Solemnidad de Nochebuena en Brasil: “Padre, recibe nuestra ofrenda en esta noche de fiesta, en la cual el cielo y la tierra intercambian sus dones y danos participar de la divinidad de aquel que unió a ti nuestra humanidad). Por eso somos hijos de Dios también, pues Él nos adoptó en su querido Hijo.

todos los cristianos estamos llamados a predicar a una persona: ¡Jesucristo!

El predicador por partir de su experiencia viva y verdadera con la persona de Cristo, comunica parte de sí, entrega parte de sí en el mensaje que anuncia, y así se entrelaza con los demás, va construyendo una gran comunidad en que cada uno tiene algo del otro. La predicación, o sea, la persona de Cristo, es la tela de araña que va uniendo y manteniendo a todos. Por tanto, la predicación cristiana, en una mirada escatológica, va tejiendo el Reino de Dios aquí y ahora entre nosotros; ya podemos experimentar algo aquí y ahora de lo que será eterno en la consumación de los tiempos, cuando Dios será todo en todos.

Nuestra predicación acelera la venida del Reino, la segunda venida de nuestro Dios, así que, prediquemos cada día más. “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20)