Poética dominicana

Fr. Antonio Praena
Fr. Antonio Praena
Convento de San Vicente Ferrer, Valencia

Bueno, vamos a ver. Esto de la “poética dominicana” ¿por dónde se coge? Pues por el único lugar posible, por el centro, por la palabra.


Tengo que señalar que, muy lamentablemente -especialmente en la Iglesia española de las últimas décadas- se ha acentuado la ruptura entre el mundo de la cultura y la iglesia. No por orgullo de familia. Quiero decir que ese distanciamiento es menor entre los dominicos, aunque también nos ha afectado. No falta quien considera una pérdida de tiempo eso de dedicarse a la literatura. Algo así como si para ser un buen fraile –y sé que esta página no va sólo de frailes- tuvieras que estar siempre predicando en una iglesia, en un convento. Lo cual, todos lo hacemos -¡y hasta qué punto!-. Pero eso de ir por ahí con gente rara y artistillos pecaminosos, en lugares que a veces son antros y a horas poco decentes leyendo versos… Uf.


Y bueno, a eso súmale el contenido de los poemas. Que está muy bien la literatura mística, pero si en tus poemas aparecen zapatillas, cleanex, grúas, strippers, partidos de fútbol, o videos de Sigur Ros, te haces sospechoso de todas las mundanidades. No falta quien, con paternal benevolencia, lo mira como una distracción secundaria, un pasatiempos simpático. Afortunadamente esa es una opinión residual. Si lo menciono es porque me permite hablar de la poesía desde mi experiencia, una experiencia que ha encontrado aliento y solidaridad en la mayoría de mis hermanos de hábito que saben muy bien que, si no queremos acabar reducidos a rancios sacristanes, hemos de entrar sin miedo en el ámbito cultural y literario. Y ello no se hace, dado nuestro contexto contemporáneo, sólo con hermosas intenciones o palabras sensibleras.


Está muy bien publicar libros religiosos. Pero el reto es salir de las librerías piadosas y entrar en diálogo con las letras contemporáneas, especialmente afrontando las reservas que algunos pueden sentir hacia un autor que saben que es fraile. Ser fraile y escritor cierra, hoy día, no pocas puertas.


Se trata de penetrar en las tierras de la palabra sin casco ni armadura. Entrar con todo el riesgo, no en las llanuras conocidas de las cosas ya dichas, sino en los suburbios, los abismos, los polos, los acantilados, los bajos barrios, los locales insanos de la geografía de las palabras del mundo de hoy. Como si fuera una misión de riesgo de la que es posible que no vuelvas indemne.


Entiendo la vocación dominicana como una pasión por llevar sentido a las palabras de cada tiempo, a las palabras que expresan los lugares, penas y esperanzas de las gentes nuevas. Así como traer a la visibilidad sus formas de expresión para intentar, sólo intentar, decir de otra manera la inagotable palabra Evangelio.


Jesús hablaba en parábolas y metáforas. A los oyentes habituales los desconcertaba y escanzalizaba. Con su lenguaje ha insertado en la Palabra de Dios a los que estaban lejos; más aún, a los que algunos hombres muy religiosos habían alejado.


Entiendo prioritario para los dominicos acortar esa distancia entre la cultura y el Evangelio. Y no, no es cuestión de un superficial afán modernizador. Es meollo. La misma palabra Evangelio lleva en su morfología la raíz “nuevo”. Porque la palabra viva es la que siempre está naciendo en nuevas coordenadas y universos vitales.


Si, como dominicos, en la palabra tenemos nuestra esperanza y nuestro oficio, si cada mañana rezamos antiguos poemas llamados salmos, si Santo Domingo nos dio con largueza el agua de la sabiduría, si hemos comprendido nuestra historia, en nuestra vocación habrá siempre algo poético.