Santo Domingo y su Orden
Muchas son las vidas de santo Domingo de Guzmán que se han escrito. Al igual que historias de la Orden que fundó, la Orden de Predicadores. No solo en tiempos remotos, sino incluso hoy se sigue escribiendo sobre su vida y su Orden. Esto es porque la vida de santo Domingo y de los dominicos interesan. La fuerza de su palabra y de la predicación dominicana siguen siendo actuales, aunque hundan sus raíces en el pasado. Domingo de Guzmán tuvo una personalidad riquísima, siendo su propia vida y fervor apostólico el mejor testamento que dejó a la Orden. Intentar resumir todas sus virtudes en estas breves líneas sería imposible. Por eso me gustaría resaltar tres elementos de la vida de santo Domingo que dejaron una profunda impronta en la vida de los dominicos: la escucha, la oración y la compasión.
Santo Domingo fue un hombre de la escucha. De una escucha atenta en medio de un contexto de confrontación y de guerra. Mientras unos veían sólo maldad en los cátaros, santo Domingo supo escuchar qué había de verdad en lo que defendían los herejes de su tiempo. Sabiendo que algunas de sus afirmaciones eran contrarias a la fe, como el desprecio de lo material o del cuerpo, buscó qué luz de verdad había en ellos. La pobreza, la vida comunitaria, el estudio, son algunos elementos que santo Domingo viviría con gran fuerza e incorporaría posteriormente a su Orden. Una escucha que lo convertía más en un hombre de diálogo que de enfrentamiento. Un hombre de comunión en medio de las divisiones.
Diríamos que santo Domingo estaba atento a los signos de los tiempos. Por eso, aunque dedicó gran parte de su vida al estudio, los libros no lo convirtieron en un ratón de biblioteca sino que, como dice un padre venerable, le impulsaron a comprometerse con la realidad de su tiempo. Por eso, la genialidad de santo Domingo cuando fundó la Orden no fue la de inventar nuevas cosas, sino rearmonizar elementos ya existentes en la vida de la Iglesia para responder a las necesidades de su época. Los cuatro pilares de la Orden (oración, estudio, comunidad y predicación) no son invención de Domingo de Guzmán. Pero sí lo fue la armonización y circularidad que dio a estos elementos como fundamento de su Orden. Esto lo pudo hacer porque fue un hombre de la escucha.
Y la escucha de un hombre de fe, y de fe profunda como lo fue santo Domingo, implican necesariamente la oración. Muchos de sus contemporáneos lo atestiguaron, diciendo que cuando iba por los caminos, día y noche, siempre hablaba con Dios o de Dios. Pasaba largas horas de vigilia rezando por la noche. Y en esos momentos de intensa oración, además de en otras circunstancias, se dice que santo Domingo lloraba. Las lágrimas de la oración de Domingo nos hablan de su fuerza e insistencia en la misma. Algunos maestros espirituales hablan del «don de lágrimas». Este don lo reciben aquellos que en la oración han llegado a la verdadera contemplación. Santo Domingo era un orante abierto a la escucha de Dios en la contemplación. Y dicha contemplación era la que le impulsaba en su predicación. Tanto el estudio como la oración de Domingo no eran para provecho propio, sino para los demás. Y así es en la Orden, porque la contemplación del estudio y la oración nos llevan a la predicación. Son medios, no fines en sí mismos.
Y la escucha y oración de santo Domingo nos hablan del tercer elemento: la compasión. Sin duda, uno de los episodios donde esa compasión queda plasmada visualmente es la venta de libros en Palencia. Ante la gran hambruna que se vivía, santo Domingo decidió vender sus libros, argumentando que no podía estudiar sobre pieles muertas mientras sus hermanos pasaban hambre o morían. Fue la compasión la que le llevó a él y Diego de Acebes, obispo del Burgo de Osma, a quedarse en el sur de Francia predicando cuando vieron el problema del catarismo. Se dice que santo Domingo fue «predicador de la gracia», siendo su predicación compasiva. Una predicación que presentaba la gracia salvadora de Dios, que hablaba más de la misericordia de Dios. Una predicación en positivo. Esto nos habla del Dios compasivo, que se com-padece de su pueblo. En definitiva, del Dios de la encarnación, que se hizo hombre por amor a su creatura. La compasión y esta visión más positiva de lo humano son sin duda un gran legado que santo Domingo dejó a su Orden. Frente a visiones dualistas, que separan al hombre en alma y cuerpo o que desprecian todo lo material, los grandes santos y teólogos de la Orden han tenido una visión más positiva del ser humano y de lo creado.
Por todo esto, no es extraño que la figura de santo Domingo de Guzmán y de su Orden sigan siendo actuales. En un mundo lleno de enfrentamientos, donde parece que los extremismos están resurgiendo, es necesaria una actitud de escucha y de diálogo. En un mundo tan cambiante que plantea nuevos desafíos a la Iglesia, donde se necesitan nuevas respuestas, es urgente una actitud orante y de discernimiento de los signos de los tiempos. Y en medio de nuestro mundo es apremiante la compasión para denunciar las injusticias, sanar las heridas y mostrar el amor y la misericordia de Dios a todo lo creado.