Ser fraile dominico: una realidad abierta
Si volviera a nacer ya se lo que me gustaría ser: fraile dominico. Y también, además de otras cosas, nunca se sabe, me gustaría prepararme para saber utilizar la palabra - “prepararme”, “utilizar”, “palabra”; Esto lo digo desde mi experiencia, que no es de ayer.
Me gusta ser fraile dominico porque es una realidad abierta, no es un límite; y la vida es abierta o no es vida. ¡Que angustia!, si acaso. Es verdad que cuando miramos nos topamos con un horizonte que nunca alcanzamos pues se aleja según tú te acercas, pero ahí está para seguir caminando. La vida dominicana también tiene un horizonte: hacer realidad el Plan de Dios. No lo alcanzaremos aquí, seguro, pero nos invita, ¡y de qué manera!, a seguir caminando… ¿Cómo? Un fraile dominico puede responder: con la predicación –orden de predicadores-.
Aquí estamos: la predicación, la proclamación con la palabra, con el testimonio. La predicación, la capacidad de relatar, dar a conocer -¿sólo?-. Relato profético, relatos vitales. Experiencia gestada en el corazón, de vida, de encuentro, de seguimiento, de espiritualidad (apertura, movimiento, atención, búsqueda, de lo divino), más que religión.
Ser fraile dominico, es una realidad abierta, viva, vital, olor a existencia, donde se despierta la capacidad de conocerse y reconocernos, pasar despojados de cualquier miserable interés personal y prepararse… Prepararme, necesito hacerlo, quiero hacerlo para no negarme la libertad, no perder la posibilidad de ser yo mismo entre los hermanos, consecuentemente, más disponible para el servicio, la solidaridad, el agradecimiento. Y utilizar, con la misma dignidad como podemos ser utilizado por el Señor, con el mismo amor como nos ha enseñado Jesús, el Hijo de Dios.
Utilizar, servirme de mis propias capacidades que despiertan en mí la interpelación de los otros, la experiencia de participar en los espacios comunes y el latir del propio corazón que siente y desea perderse en el “Gran Corazón” y en el corazón de los hombres. Palabra, ¡qué universo!. La Palabra, expresión de amor, fuerza creadora, compromiso. “Dame tu palabra”, “pido la palabra”… es un derecho, es un deber. ¡Ojala!, recordando a Rilke, traigamos como el caminante, no un puñado de tierra que nada nos dice, sino “palabra ganada”. Interpreto como palabra con sentido, coherente, que aporta luz, dicha, felicidad…
“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Decir palabra es decir también silencio. Necesitamos de ambos para vivir. Quizá la palabra que surge del silencio es una “palabra ganada” que puede aportar sentido y dicha, que puede liberar, salvar, curar… Me hace pensar hondamente el hecho de que la gente “abandonaba su lugar” en busca de Jesús. Los discípulos, los más cercanos a Jesús, no entendían bien lo que les decía el Maestro, el resto del pueblo le pasaría igual. Sin embargo, ahí acudían, percibirían y sentirían “algo” distinto que les aportaba sosiego, esperanza, libertad, unidad con uno mismo y con los otros. Debía ser evidente la dignidad de todos, el amor a y en todos.
Yo sería, si volviera a nacer, fraile dominico. Eso de la predicación no es algo de ayer. La palabra que anuncia y denuncia –palabra profética-, la Buena Nueva, el Amor; no pasan de moda, no son viejos, no están de más sino que se echan de menos. Y palabra es el silencio y palabra es el discurso y la palabra salta a la página escrita y la palabra esclarece el monitor. Palabra, no palabras –bla, bla, bla...-.Palabra, que cambia tu vida, que purifica y madura, que hace crecer, que nos invita al silencio, que se deja escribir y se hace oración.