Traslación de Nuestro Padre Santo Domingo
Los dominicos, celebramos el 24 de mayo, una fiesta singular, que a quien no la conozca le puede resultar extraña. Cuando muere Santo Domingo, el 6 de agosto de 1221, desea ser enterrado en el convento a los pies de sus frailes, como uno más de la comunidad.
El beato Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo como Maestro de la Orden, en una carta dirigida a todos los frailes, nos relata los entresijos de esta fiesta. Algunos frailes, “llevados por una simplicidad sin prudencia, afirmaban que bastaba fuese conocida de Dios la inmortal memoria del siervo del Altísimo Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores y no debía preocupar que llegase a conocimiento de los hombres”. Aunque otros frailes se oponían a esta opinión prevaleció la de los primeros.
Tuvo que ser el Papa Gregorio IX, gran amigo de Santo Domingo, el que decidió el traslado de sus restos a un sarcófago de mármol en la iglesia conventual de Bolonia, para que pudiese ser venerado por los fieles. Lo que se hizo el 24 de mayo de 1233, a los doce años de su muerte, en una ceremonia presidida por el arzobispo de Rávena, Teodorico, en calidad de delegado del Papa. El beato Jordán de Sajonia, testigo del traslado junto a muchos frailes, también los reunidos en capítulo general, nos relata la zozobra de todos ellos ante el temor de que los restos del santo despidiesen el natural mal olor de los cadáveres ya corrompidos. Pero sucedió lo contrario “comenzó a exhalarse a través de él un perfume maravilloso”. El mismo Gregorio IX, un año más tarde, lo canoniza el 3 de julio de 1234.
Algunas lecciones que podemos sacar de esta fiesta singular. La primera es la humildad de Santo Domingo. Bien sabe nuestro fundador que la mejor actitud de todo predicador cristiano es predicar a Jesús, y como Juan Bautista afirmar: “Conviene que Él crezca y yo mengüe”. Todo dominico debe predicar en primer lugar a Cristo, el Hijo de Dios, nuestro “camino, verdad y vida”. Es con Cristo con quien nos debemos quedar como nuestro único Maestro y Señor y nuestro único Salvador. Por eso, San Domingo quiso que fuese enterrado a los pies de sus frailes. Y que los frailes siguiesen predicando a Cristo Jesús, antes que a él.
De todas formas, justamente por lo que acabamos de decir, hemos de hacer memoria de los santos, en este caso de Santo Domingo, y recordar su vida, su apasionada vida de oración, de estudio, de comunidad fraterna, de predicación… porque todo ello nos llevará a Cristo Jesús y a nuestro Padre Dios. No tengamos miedo los dominicos de predicar y ensalzar a Santo Domingo. Sabemos que ya se encargará él de hacer lo mismo que María en la boda de Caná. Señalando a Jesús nos dirá: “haced lo que él os diga”.