Proceso
El proceso de formación es una oportunidad como pocas en la vida. Nos permite reemprender el camino con los cimientos bien asentados, tanto como personas como creyentes… Pero el camino sigue. Los cimientos solos no bastan para vivir. Hay que edificar la casa entera.
Ser un buen fraile dominico es tarea de toda la vida, por eso después de unos años de formación inicial vendrá todo el largo camino “hasta la muerte”. Un camino para afianzar y renovar el deseo de seguir a Jesús al modo de santo Domingo de Guzmán.
¡Cuanto más en serio nos tomemos el propósito y más responsables seamos en la preparación, más probable será que todo llegue a buen término!
PRENOVICIADO - 1-2 años
Profundizar en el sentido de la vocación humana, cristiana y religiosaNOVICIADO - 1 año
Fortalecer la identidad como religioso dominicoESTUDIANTADO - 5-7 años
Ser hermano predicador y emprender la tarea de vivirlo
ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL
Antes de iniciar el proceso formativo, hay un período de acompañamiento vocacional dirigido por el responsable de vocaciones. Este período no tiene una duración determinada, pues depende de las circunstancias de la persona y del proceso que se realiza.
El joven que desea ser fraile iniciará este acompañamiento desde su propio ambiente. En contactos periódicos con el acompañante, este le irá conociendo y le ofrecerá experiencias (personales y comunitarias) de acercamiento a la vida de la Orden y su conocimiento. De este modo, juntos realizan el proceso de discernimiento de su vocación, comprobarán los requisitos necesarios y, en caso positivo, el responsable de vocaciones le propondrá para acceder al prenoviciado.
En la vida dominicana el “acompañamiento” es esencial durante el proceso formativo, es un camino que tiene distintos protagonistas. El más importante es Dios mismo, que nos llama a una vida y misión de predicador al estilo de Domingo. Después, el propio fraile, que tiene que responder en autenticidad y profundidad a esta llamada. Él es responsable de su vocación: de discernirla, de vivirla diariamente en todos los aspectos, de ser discípulo, de dejarse acompañar y corregir.
Por último, están los formadores que le acompañan, le aconsejan, le confrontan con su realidad, sus actitudes y sus comportamientos, le animan, le sostienen en las dificultades…
Los formadores son como unos entrenadores deportivos que buscan desarrollar las mejores cualidades de cada jugador y de crear espíritu de equipo. Además, los formadores, son los encargados por la Orden para evaluar si el hermano que aún está en formación inicial, tiene las características propias de fraile predicador y, por lo tanto, de emitir su profesión solemne.
PRENOVICIADO
El prenoviciado de los dominicos es la etapa inicial de un año o dos de duración a modo de entrenamiento para comenzar la vida dominicana.
Por una parte ayuda al aspirante a un discernimiento general sobre su vocación religiosa y a una aproximación inicial a los principales aspectos de la vocación dominicana. Por otra ofrece a la Orden la oportunidad de conocer la idoneidad de los aspirantes para iniciar el camino de la vida dominicana.
¿En qué consiste el prenoviciado?
Durante este año, los prenovicios viven en una comunidad de frailes, participando de sus momentos de oración, encuentro cotidiano y en alguna de sus actividades pastorales, lo que permite una iniciación a la vida común fraterna.
Los prenovicios ahondan en su propia personalidad y en los rasgos que la forman, para lograr identificar y “desbrozar”, con ayuda, sus actitudes y capacidades para la vida religiosa. Pero hay dos elementos en este discernimiento previo que no pueden faltar: el deseo sincero de buscar a Dios y el anhelo de servir a los demás.
En la reunión semanal de los prenovicios con sus formadores se profundiza en el sentido de la vocación humana, cristiana y religiosa, así como en el conocimiento, trato y familiaridad con la Palabra de Dios.
Todo esto contribuye a una transición gradual desde un ambiente secularizado (y en ocasiones muy individualista) a la forma de vida religiosa comunitaria, facilitando un tiempo para la adaptación psicológica y espiritual.
No se puede esperar ni una motivación perfecta ni una formación completa ni una decisión madura y firme. Lo decisivo es la capacidad para una adecuada adaptación progresiva y la disponibilidad a aprender.
E igualmente, el descubrimiento de la propia vocación como un servicio a los demás, como un modo de contribuir a su felicidad y a que otros descubran la belleza del Evangelio y su fuerza salvadora. En este sentido, es decisivo el desarrollo de una actitud básica de compasión con los demás, especialmente mediante el contacto vivo con quienes más sufren.
¿Dónde se realiza el prenoviciado?
El prenoviciado está ubicado en la comunidad del Olivar en Madrid, formada por 6 frailes de distintas edades y con apostolados variados (misión educativa, formación teológica y pastoral parroquial).
Durante el año hay varias oportunidades de conocer distintos apostolados de la Familia Dominicana en Madrid y asistir a distintos encuentros (reuniones y convivencias de Selvas Amazónicas y Acción Verapaz; Pascua y campo de trabajo del MJD; formación del Observatorio de Derechos Humanos; encuentros de formación de la Familia Dominicana; visitas a otras comunidades de dominicos, etc…).
También existen en el territorio provincial dos prenoviciados más: Uno del Vicariato Pedro de Córdoba en Cuba, y otro del Vicariato Antón de Montesinos en Uruguay.
NOVICIADO
Todos los que han vivido el noviciado lo recuerdan aún pasados muchos años. Es un año especial en el que el tiempo adquiere otro ritmo, otra densidad, marcados por la experiencia de encuentro con Dios, con uno mismo, con los hermanos. Esto es fácil decirlo, pero la experiencia va mucho más allá.
Hace 800 años, cuando nació la Orden de Predicadores, el noviciado ya aparecía como una etapa fundamental de iniciación para aquellos que deseaban ser frailes dominicos. Desde entonces han cambiado muchas cosas en las formas, pero el objetivo esencial del noviciado sigue siendo el mismo: fortalecer la identidad del novicio como religioso dominico.
Tiene algo que ver con un noviazgo en el que pones en juego tu presente y tu futuro, toda tu vida. Es un tiempo necesario para hacer una buena elección, y en el que se desarrolla un proceso que llamamos discernimiento. En este proceso podría distinguir tres fases: una primera de descubrimiento, la segunda de conocimiento y la tercera de enamoramiento.
Descubrir a Dios en nuestra vida
La primera fase, aunque parezca raro, no tiene que ver con los dominicos sino con Dios. Si te planteas ser dominico es porque Dios se ha hecho presente en tu vida y quieres darle una respuesta. La primera gran tarea del noviciado, después del deslumbramiento inicial, consiste es que cada uno descubra a Dios en su propia vida y descubra el lugar que él mismo ocupa en el proyecto de Dios. Esto se hace escuchando su Palabra, alimentando la experiencia de Dios con la oración y el estudio (tanto personales como comunitarios), con la vivencia de los sacramentos, con las experiencias del silencio y la soledad, con el contraste de los hermanos,…
Conocer la vida dominicana real
La segunda fase es tan sencilla como compleja: conocerse lo suficiente para saber si el novicio y la Orden de Predicadores están hechos el uno para el otro. Es un conocimiento por ambas partes.
Por parte del novicio es el conocimiento de todos los elementos que conforman la vida dominicana (la real, no la ideal), la que encarnan personas concretas con sus luces y sombras, la que se sustenta sobre miles de hermanos que la han dado vida en 800 años de historia, la que va buscando día a día el delicado equilibrio entre los distintos aspectos que la componen (oración personal y comunitaria, estudio y reflexión común, vida comunitaria, misericordia, predicación…) para responder con su vida al envío de Jesucristo a predicar el Evangelio.
Esto supone conocerse mejor a sí mismo y enfrentarse a esos aspectos de la propia historia, del propio modo de ser y relacionarse, que no siempre son conformes al proyecto de vida que uno pretende comenzar.
"Todos hemos necesitado acompañamiento, guía, corrección, calor, ánimo, de otros hermanos que han sabido ayudarnos a aprender a ser frailes dominicos”.
La Orden de Predicadores, concretada en los formadores y la comunidad formadora, tiene la tarea de conocer y acompañar al novicio. Ninguno de los frailes hemos nacido preparados para vivir esta vida, al contrario, todos hemos necesitado acompañamiento, guía, corrección, calor, ánimo, de otros hermanos que han sabido ayudarnos a “aprender a ser frailes dominicos”.
También los formadores, la comunidad, la Orden entera, aprendemos a renovar nuestra vida en este camino compartido, desde la frescura, la actualidad, la juventud, y, muchas veces, la lucidez de quien llega.
Profesión religiosa
El último momento, que he llamado de enamoramiento, no es otro que la conclusión lógica de los dos anteriores. A quien está enamorado no le importan ni los desafíos, ni los problemas… solo el objeto de su amor, y por ello es capaz de jugarse la vida. Seguir a Jesucristo y anunciar la Buena Noticia a todas las gentes es un reto tan exigente como lo es la vida dominicana, pero también es apasionante.
Esta es la gran apuesta de nuestra vida, que concretamos en el momento de emitir la profesión religiosa al final del noviciado. En la profesión, consciente y libremente, y de modo público, el novicio decide comprometer su vida entera y para siempre consagrándose a Dios de un modo especial en el camino iniciado por santo Domingo y compartido con muchos hermanos dominicos.
Hoy nuestro noviciado está en Sevilla (España) y en él comparten vida, vocación, sueños y fe, varios hermanos de diferentes países y continentes. Ser fraile dominico merece la pena… y no sólo por el noviciado. Anímate.
ESTUDIANTADO
Después de las etapas del prenoviciado y del noviciado, y tras la profesión simple de los votos de obediencia, pobreza y castidad, por un tiempo determinado, el fraile entra en una larga etapa, de seis a nueve años, cuya palabra clave, que encierra todo su sentido y objetivos es la de “consolidación”.
Hacer verdad
En efecto, en las etapas anteriores, la persona que se siente llamada a ser fraile de la Orden de Predicadores, ha comprobado su idoneidad básica (física, psíquica y espiritual) y ha conocido el carisma de Domingo. Se ha comprometido con este modo de vida mediante la profesión, y ahora comienza esa dura pero apasionante tarea de “hacer verdad” lo que sueña y busca. Ha intuido que su identidad es la de ser hermano predicador y emprende la tarea de vivir lo profesado.
Esa existencia diaria será el “material” de trabajo propio y de la Comunidad Formadora: vida discernida personal y comunitariamente para llegar a convertirse en lo que se es, y para mostrar esa identidad profunda.
Circularidad
Otra palabra clave de este momento es la de “circularidad”. La vocación dominicana consta de una serie de elementos definitorios. Tales elementos no pueden vivirse en paralelo o escogiendo uno en detrimentos de los otros según los gustos o caprichos personales o del momento.
Por el contrario, como dice nuestra Constitución Fundamental: “Y puesto que nos hacemos partícipes de la misión de los Apóstoles, imitamos también su vida según el modo ideado por Santo Domingo, manteniéndonos unánimes en la vida común, fieles a la profesión de los consejos evangélicos, fervorosos en la celebración de la liturgia, principalmente de la eucaristía y del oficio divino, y en la oración, asiduos en el estudio, perseverantes en la observancia regular.
Todas estas cosas no sólo contribuyen a la gloria de Dios y a nuestra propia santificación, sino que sirven también directamente a la salvación de los hombres, puesto que conjuntamente preparan e impulsan la predicación, la informan y, a su vez, son informadas por ella. Estos elementos, sólidamente trabados entre sí, equilibrados armoniosamente y fecundándose los unos a los otros, constituyen en su síntesis la vida propia de la Orden: una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza deben emanar de la abundancia de la contemplación”. (L.C.O. IV).
Acompañamiento
La tercera palabra clave es “acompañamiento”. La formación en la vida dominicana es un camino que tiene distintos protagonistas, todos necesarios. El más importante es Dios mismo, que llama al estudiante a una vida y misión de predicador al estilo de Domingo, compartiendo las de Cristo, como decía Santa Catalina.
Después, la misma persona del profeso que tiene que responder en autenticidad y profundidad a esta llamada. Él es responsable de su vocación: de discernirla, de vivirla diariamente en todos los aspectos, de ser discípulo, de dejarse acompañar y corregir.
También están el maestro y los otros formadores que le acompañan, le aconsejan, le confrontan con su realidad, sus actitudes y sus comportamientos, le animan, le sostienen en las dificultades…
Los formadores son como unos entrenadores deportivos que buscan desarrollar las mejores cualidades de cada jugador y de crear espíritu de equipo. Además, los formadores, son los encargados por la Orden para evaluar si el hermano que aún está en formación inicial, tiene las características propias de fraile predicador y, por lo tanto, de emitir su profesión solemne.
El estudio de la filosofía, la teología
El estudiantado, por todo ello, es un tiempo en que el estudio de la filosofía, la teología y otras materias, van alimentando el gusto por la verdad de Dios y del hombre; años de convivencia diaria con el Señor y los hermanos, unas veces fácil y otras complicada o directamente difícil; de inicio de la experiencia pastoral para poder actuar como Jesús, Aquel que “vivió para Dios, desviviéndose por los demás”; años de conocimiento profundo del propio misterio personal, de sus dones, límites y vulnerabilidades.
Alguien ha definido esta etapa como “la de las crisis”. Y ello es lógico: crisis de la fe vivida a cuerpo descubierto “hablando con Dios o de Dios” como Domingo; crisis del choque entre el ideal (nunca abandonado) y la realidad (nunca evitada); crisis entre la fidelidad a la propia vocación y las llamadas y atractivos de otros modos posibles y buenos de vivir: matrimonio, familia, profesión civil, influencia social, vida privada, etc. También el cansancio y el ser siempre discípulo, del Evangelio, de los hermanos, de la vida.
Pero, junto con ello, y gracias a ello, el gozo de conocerse y reconocerse en profundidad, de desarrollar la autenticidad, la libertad disponible, la madurez afectiva gracias a los votos; la experiencia orante y contemplativa del Misterio, el cuidado recíproco, la urgencia de la misión, de la Palabra salvadora que debe ser dicha con la voz y el ejemplo, la presencia constante, unas veces gozosa, otras luminosa, otras dolorosa y siempre gloriosa del Resucitado y de su Espíritu. En definitiva, una vida apasionada y apasionante.
La profesión solemne
Al final de esta etapa, el estudiante profeso temporal, se enfrenta a la decisión más trascendental de su vida: profesar solemne. Poder decir a Dios “yo prometo obediencia hasta la muerte”, en medio de la Iglesia, en las manos de sus hermanos y para bien de todos. Llega realista y humilde.
Humilde porque ha asumido su propia realidad entera (“la humildad es la verdad” decía Santa Teresa): ni se horroriza de sus abismos, ni se envanece de sus cumbres. Realista, porque cuenta con Dios y su ayuda, habiendo comprobado ya en cierta medida lo que atestiguaron los profetas: que el que nos ha llamado es fiel y no nos abandonará jamás.
Así podrá salir, sencillo, disponible y preparado, a formar parte de otra comunidad predicadora, como hombre maduro para anunciar el Evangelio en una tarea de conversión personal que nunca dice ni basta, ni fin.