En el camino de Emaús

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Couvent du Saint-Nom-de-Jèsus, Lyon

En este episodio del evangelio, Lucas nos presenta a dos discípulos que van por el camino de Emaús tristes y decepcionados, que han perdido la fe por el escándalo de la cruz; se vuelven a su pueblo, se alejan de Jerusalén; hace tres días que Jesús, en quien habían visto el Mesías liberador, que iba a restablecer el Reino y a expulsar a los ocupadores romanos, fue condenado y crucificado como un delincuente. Los discípulos se van de Jerusalén para pasar página, para hacer borrón y cuenta nueva; aquello se había terminado; la esperanza puesta en Jesús había quedado frustrada. Pero Jesús se les acerca en su camino de decepción, se mezcla en su conversación, les hace preguntas, les ayuda a expresarse y les ayuda a aclararse sirviéndose de las Escrituras. Ellos lo reconocen en el gesto de partir el pan. Entonces, todo cambia. Queda encendido el fuego en sus corazones, se les abren los ojos, quedan transformados. Inmediatamente, sin perder un momento, se ponen de nuevo en camino para anunciar a Cristo resucitado.


Somos muchos los que hoy, como los discípulos de Emaús, no somos capaces de reconocer a Jesús en nuestra larga marcha acompañados de otros porque nuestro corazón no está plenamente abierto para reconocerlo, estamos cerrados. Jesús camina muchas veces junto a nosotros como un desconocido. Dios se ha mezclado, por Jesús, en nuestra larga marcha que vamos con otros: escucha, hace preguntas, comparte con nosotros interrogantes y despierta en nuestros espíritus esperanzas. Para reconocer a Jesús, como nos alecciona Lucas en este episodio del evangelio, tenemos que dejarnos guiar por su palabra leída muchas veces en la eucaristía, donde el resucitado invita, parte el pan, se entrega a sí mismo para ser comido. Entonces se abrirán nuestros ojos y le reconoceremos. Y podremos salir de esta manera, impulsados y animosos y sin perder un momento a ponernos en marcha para anunciar la Buena Noticia.


Los discípulos de Emaús no podían reconocer a Jesús resucitado, estaban cerrados. Su fe solo alcazaba a ver en Jesús a un profeta poderoso. Su tristeza expresa el fracaso de sus expectativas mesiánicas. La cruz era para ellos el fin de toda esperanza. No entienden lo dicho por Jesús, que el grano de trigo tiene que morir para dar mucho fruto; no entienden que Él tenía que morir para comunicar a los hombres una liberación mucho más radical, una liberación que trasciende las fronteras y alcanza a todos los hombres.


Jesús acompaña hoy a los dos discípulos, camino de Emaús. Todavía no han sentido la presencia del Resucitado. No han terminado de creer a las mujeres, a quienes aseguran haber visto a Jesús devuelto a la vida.


A veces tenemos tan de cerca al Resucitado que no reparamos en su presencia, en su sonrisa, en sus palabras… en sus abrazos. Pero Él siempre encuentra la manera de hacerse evidente a nuestros ojos. Hoy, como todos los días, es un buen momento para mirar alrededor, y contemplar a Jesús Resucitado en la mirada de quienes nos quieren, quienes sufren… quienes de un modo u otro viven.