“Velad” Domingo I de Adviento, ciclo B

Fr. Manuel Santos Sánchez
Fr. Manuel Santos Sánchez
Convento de Santo Domingo, Oviedo
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  La pregunta más importante que nos podemos formular es: “¿Dónde está tu corazón?”. Porque de dónde esté nuestro corazón dependen nuestras expectativas, nuestras ilusiones, nuestros temores, nuestras ansiedades, nuestros nerviosismos, nuestras esperanzas, nuestros sudores y trabajos, nuestras alegrías, nuestras tristezas… Toda nuestra conducta, de manera directa o indirecta, depende de dónde tengamos nuestro corazón, por qué o por quién tengamos cogido nuestro corazón.


  Este domingo empezamos el Adviento, que nos recuerda el nacimiento de Jesús y quiere que nos preparemos para su continua venida hasta nosotros. Los cristianos de 2014 sabemos bien a qué vino Jesús a nuestro planeta azul. Jesús vino a dar un golpe de estado a cada uno de nuestros corazones… vino con la intención, si le dejamos, de ser el dueño de nuestro corazón y desbancar a cualquier otro dueño que pueda estar instalado en nuestro corazón, para que, de este modo, todo lo vivamos desde Él... porque sabe que con Él todo nos irá mejor.


  Jesús hace unos 2000 años vino a nuestra tierra calladamente, sin aspavientos, sin grandes prodigios, sin salir en televisión… nació en medio del silencio de la noche y en una cuadra porque no había alojamiento ni para él ni para su madre en la posada del pueblo. Luego, cuando proclamó su buena noticia, intentó ganarnos a través de su mensaje. Como era y es experto en humanidad y en el camino de la felicidad, nos fue ofreciendo su proyecto vital en el que nos señala aquellas realidades y actitudes que llenan de alegría y sentido nuestro corazón y aquellas que nos dejan con el sabor amargo del vacío y la tristeza.


  Pero, como nos conoce muy bien, sabe que para conquistarnos a las personas humanas no vale acercarse a nosotros solo por la vía del conocimiento, exponiéndonos su verdad… acudió a otra vía más poderosa, a la vía del amor. Por eso, intentó, por todos los medios a su alcance demostrarnos lo mucho que nos quiere. En realidad, todo lo que hizo y hace por nosotros es para expresarnos su amor. Nos entregó sus horas, sus palabras, su tiempo, su cuerpo, su sangre… toda su persona, como símbolo de lo mucho que nos ama. Si no nos hubiese querido no habría venido a nuestra tierra. El evangelista San Juan resumió la vida de Jesús así: “Habiendo amado a los suyos, que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo”.


  Jesús, experto en amores, dio un paso más. Como sabe que el amor pide presencia, que la persona que ama siempre desea ardientemente la presencia de la persona amada, nos ha prometido, y lo cumple, estar siempre con nosotros en este primer trayecto de nuestra existencia: “No os dejaré huérfanos. Yo estaré siempre con vosotros”. Por todo esto, hace tiempo que hemos dejado a Jesús que nazca y se adueñe de nuestro corazón, hace tiempo que vivimos una historia de amor y de amistad con él. “Tú me sedujiste y yo me dejé seducir”. Por eso, no nos vemos reflejados en las palabras del evangelio de hoy “vigilad”, “velad”… ante la venida del dueño de la casa “no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”. No nos las podemos aplicar a nosotros. Porque lo que nosotros deseamos es que no se rompa nunca la amistad gozosa con Él, de la que ya estamos disfrutando. Anhelamos cada mañana que él venga con más fuerza a nuestra vida, como el enamorado anhela la presencia de la enamorada, como la tierra agostada desea el agua, como el parado anhela encontrar trabajo… Nuestro “vigilad y velad” no es para estar atentos a ver cuándo viene, porque ya ha venido, sino para que no le echemos fuera de nosotros.


   En este primer domingo de Adviento, con profunda alegría y agradecimiento, queremos decirle a Jesús que siga ocupando el centro de nuestro corazón, que, a pesar de nuestros fallos, no nos deje nunca, no nos prive de su presencia amorosa. Sin Él ya no sabemos vivir. Con los discípulos de Emaús le rogamos: “¡Quédate con nosotros, la tarde está cayendo!”.