El Evangelio de Marcos, en el Ciclo Litúrgico B

  Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico (Ciclo B). El Adviento, que viene de parte de Dios, es como el diálogo previo de la Encarnación. Tenemos que entender que el Dios del Adviento es el que nos empuja siempre hacia algo que se acerca. El Dios cristiano es una presencia que se convierte en promesa y en esperanza para tantas personas de nuestro mundo. Vivamos por tanto esta espera con ánimo e ilusión y con el deseo activo de que nuestro mundo puede ser cada día más humano y fraterno.

  El Adviento, es profético y es evangélico, es como un argumento que sirve para defender la dignidad de los hombres, de nuestra naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, no a costa de Dios, sino precisamente porque se sabe que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por nosotros.

  Con el Ciclo litúrgico B se nos propone básicamente la lectura del Evangelio de Marcos (aunque en momentos puntuales se intercala el evangelio de Juan), el primero que se puso por escrito y del que toman, en gran parte, los textos y la organización Mateo y Lucas en sus obras respectivas. Se establece su aparición entre el 50 al 70 d. C.; es más coherente que sea tras la caída de Jerusalén.

  Llama la atención la manera con la que Marcos da comienzo a su obra: “Evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios”, que es la clave de todo lo que sigue. En realidad no sabemos bien, literariamente hablando, qué es esta obra: historia, profecía, anuncio de buenas noticias, experiencia nueva de vida en Jesús, el Hijo de Dios, cuyo título cristaliza en la Cruz con la confesión del centurión (Mc 15,39). Se debe tener en cuenta, pues, que el evangelio es la experiencia salvadora de Jesús que una comunidad pone de manifiesto. No es simplemente la obra de una persona; por eso dejamos en el misterio al personaje Marcos, quien sea, que ha plasmado este evangelio.

  La comunidad de Marcos era una comunidad que estaba abierta al mundo pagano (independientemente de que pongamos su redacción en Roma o en la misma Galilea o Siria). Pero es una comunidad que vive la experiencia de Jesús, sus anhelos de liberación de parte de Dios, pero también la persecución por seguir a un “crucificado”. De hecho no podremos entender a Marcos, como a los otros evangelistas, sin tratar de situar su obra en una comunidad que cree que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Esto le acarreó persecución, como muchos ponen de manifiesto.

  La lectura sincrónica del evangelio de Marcos podría establecerse en torno a la oposición Galilea (1,14-8,30) versus Jerusalén (8,31-13,37) que termina con el relato de la Pasión (14,1-16,8). Simplificando mucho, esta oposición es decisiva (la vivió el mismo Pablo), porque Galilea es el lugar donde nace la buena noticia de Jesús y Jerusalén representa el rechazo, pasión y la muerte. Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, con la oposición de sus discípulos, en los que se había apoyado hasta entonces. Y lo hace el evangelista con una teoría, la del “secreto mesiánico”, que tanto ha dado que hablar. Porque Jesús no es el Mesías, tal como lo esperaban en Israel, sino un Mesías que puede pasar por el sufrimiento y la muerte. No es el Mesías de la gloria, sino de la cruz, que es donde el centurión reconoce al Hijo de Dios. Por ello se habla de una oposición entre la “teología de la gloria” que tanto gusta a los humanos, versus la “theologia crucis” que este evangelista puedo muy bien tomar de Pablo de Tarso.

  El evangelio de Marcos propone un ideal del discipulado, como el Maestro lo vivió en su propia carne. El seguimiento de Jesús es la plenitud del hombre. Es grande quien sabe morir, quien no se aferra a la vida, quien no la defiende con violencia, ni se impone con rencor e injusticia sobre los otros. Este es el Jesús del evangelio de Marcos: uno que ha elegido el camino del ocultamiento y la humillación para dar la vida a otros, uno que ha sido rechazado, pero que transformó el rechazo de los otros en perdón y vida de parte de Dios. Este es el corazón del evangelio de Jesús y de sus discípulos. No hay resurrección sin pasar por la muerte a sí mismo y por la generosidad de darla por los otros.

  De ahí que en Marcos la cruz no es un fracaso; hasta los paganos reconocen que allí ha muerto alguien que no debía haber muerto con el castigo ignominioso de la cruz. Pero a pesar de todo, la cruz es “evangelio”, buena noticia, porque los hombres no debemos crucificarnos, ni morir de esa forma, porque todos tenemos la dignidad de ser hijos de Dios. Va a la muerte el Mesías, contra la voluntad de los suyos, porque un fracaso, como es la cruz antes y ahora, es un triunfo de amor, de fraternidad, de perdón que rasga el Sancta Sanctorum para encontrar a Dios en lugares más humanos.