El hábito en la Orden de Predicadores - ¿El hábito no hace al monje?

El hábito en la Orden de Predicadores - ¿El hábito no hace al monje?

Este es un tema importante para los que somos religiosos consagrados, principalmente postconcilio Vaticano II. Poco se habla abiertamente a nivel institucional y mucho por pequeños comentarios aislados. Además, el término “hábito” es equívoco o polisémico, es decir, posee varias acepciones o significados distintos entre sí (el diccionario de la Real Academia Española recoge ocho), no obstante nos fijaremos en dos que, para nosotros, y en nuestra condición de vida, están directamente asociados.

El primer significado de “hábito” es un “modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Este versa sobre nuestro interior. El segundo significado es empleado como “nombre de una vestimenta religiosa que indica una condición, estado de vida o ministerio que se desarrolla.” Este se refiere a una prenda exterior.

Recuerda el compromiso, la pertenencia, el vínculo

Nuestro L.C.O. (Libro de Constituciones y Ordenaciones) escribe en el número 40 los elementos que constituyen la vida dominicana y la regulan mediante la disciplina común. Entre esos elementos está que “andemos con el hábito de la Orden”, no solo en nuestros conventos sino también fuera de ellos, “respetando las leyes eclesiásticas y observando las determinaciones del prior provincial” como afirma el número 51. El hábito está directamente ligado a nuestra identidad, sea interna o externa, pues desvela nuestra identidad a los demás. Del mismo modo que identificamos el médico por la bata blanca, los bomberos por la ropa roja, las azafatas por el corte y modelo del traje, etc., así también debemos ser reconocidos, por aquello que vestimos exteriormente, según nuestra identidad interior. Según nuestra faena en el mundo.

¡La causa del uso del hábito debe de ser nuestro entusiasmo y convicción en ser religiosos consagrados! Además, hombres con ganas de transformar el mundo en que vivimos a través del Evangelio, testimoniado con nuestras propias vidas. Ser causa de contradicción en una sociedad que idolatra al consumismo como modelo de vida para todos: utilizar el hábito nos permite vivir el voto de pobreza de una forma más coherente. No necesitar de muchas mudas de ropas y de zapatos nos posibilita dinamizar nuestra itinerancia apostólica y acercarnos a los preferidos por Dios; según nuestro modo de vestir, y al mismo tiempo, siendo señal de la presencia de Dios en el mundo, presente junto a ellos.

Si miramos las imágenes de los santos dominicanos, guardadas sus condiciones de vida dentro de la Iglesia, todos aparecen con el hábito puesto. La vestimenta atrae, nos invita a conocer el carisma propuesto por Santo Domingo de Guzmán y hacer parte de esta familia. “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos de los otros” (Jn 13, 35). No podría ser diferente. El hábito es la primera cosa que se ve. Recuerda el compromiso, la pertenencia, el vínculo, el espíritu de conjunto, la dignidad. Nos recuerda constantemente los límites de nuestras acciones; acciona la barrera del pudor, del buen nombre, del propio deber, de la repercusión pública, de las consecuencias de las interpretaciones maledicentes o precipitadas.

El hábito está directamente ligado a nuestra identidad

Sobre el dicho popular que también es título de este comentario: ¿El hábito no hace al monje? Sí, me remito a eso, a los dos significados. El hábito exterior o vestimenta demuestra el hábito interior que adquirimos por la gracia divina, según nuestra opción de vida, nuestra perseverancia, a lo largo del tiempo. El hábito externo recibido en el noviciado es una señal exterior que remite a una realidad interior y anterior ya deseada por el mismo Dios. Recuerdo las palabras del provincial de Brasil en 2013, dentro del rito de toma de hábito, en la misa por él presidida: “Despojaos del hombre viejo y de su modo anterior de vida, corrompido por la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 23-24). Las recuerdo como si fuera hoy, y de ellas no me olvidaré.