Hoy Domingo, ¿mañana lunes?

Hoy Domingo, ¿mañana lunes?

Fr. Bernardo Sastre Zamora
Fr. Bernardo Sastre Zamora
Convento de santa María Sopra Minerva, Roma

En la Orden de Predicadores este año 2021 estamos de fiesta. Se celebra el Año Jubilar con motivo del VIII centenario de la muerte de Santo Domingo, mejor dicho, de su nacimiento al cielo: el dies natalis de Nuestro Padre fundador. Porque los cristianos no solo creemos en una vida antes de la muerte, sino también después; una vida plena, perfecta, eterna. Esta gloria desde la cual santo Domingo, así lo creemos y observamos, sigue cumpliendo la promesa que pronunció poco antes de subir al cielo: «Os seré más útil y provechoso después de la muerte de lo que lo haya sido en mi vida».

Ochocientos años después, aquí seguimos predicando, viviendo y encarnando el Evangelio, la Palabra de Dios, de una forma tan-divina-como-humana. Como Domingo. ¿Pero qué tiene de especial Domingo?, ¿y por qué seguir festejando este acontecimiento, aparentemente con mero interés histórico? ¿Cuál es el centro del carisma dominicano? ¿Vale para algo estudiar, enseñar y predicar?, ¿no serían más útiles y urgentes otras labores sociales y humanitarias en la Iglesia y mundo actuales? ¿No nos vería mejor el mundo si en lugar de estudiar «santos, ángeles y ángeles no tan santos» nos pusiéramos a repartir camisetas y bocadillos después de misa? ¡Pues va a ser que no! Cada carisma, su misión propia; la misión global, con cada carisma.

Nuestras vidas podrían ser tan fascinantes como la de santo Domingo: solo tenemos que creérnoslo un poco.

Por un lado, tenemos que resaltar la novedad de Domingo: su genial renovación eclesial e histórica. Hago mías las palabras del padre Vito T. Gómez, historiador dominico (entre otras virtudes), a quien debo la oportunidad de haber recibido una sólida formación durante mi año de noviciado en Sevilla. En su obra divulgativa Santo Domingo. Vida, ejemplaridad y legado de Domingo de Guzmán, editada por EDIBESA, se afirma lo siguiente (véase «Apéndice»):

«Cuando el Papa Benedicto XVI se refirió a santo Domingo de Guzmán lo hizo con una admiración singular. El gran teólogo Ratzinger vio en Domingo el promotor de una orden dedicada a la teología, en la que ha escalado las más altas cimas. Cuando el Papa ponía los ojos en santo Domingo descubría en él al hombre providencial que Dios envió a su Iglesia para una nueva primavera, al iniciador de un camino de vida religiosa que tantos santos, santas y sabios, misioneros y evangelizadores ha dado a la Iglesia y al mundo».

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Según parece, el Papa emérito, en la obra Jesús de Nazaret, introduce una «venida media» de Cristo, entre las dos venidas conocidas y profesadas en nuestro credo. Francisco y Domingo, entre los siglos XII y XIII, lograron que el Señor entrara de un nuevo modo en nuestra historia. Así, mediante esta vacuna de bendición, Cristo «ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí».

Conviene ver al santo desde una óptica teológica, y no solo como mera figura histórica o líder carismático. Carismático lo fue, pero gracias a la semilla que plantó en su alma el Espíritu Santo. Nuestro Padre no solo regó y cultivó esta gracia de modo sobreabundante, sino que nos sigue ayudando a perseverar en esta fascinante e ineludible labor: avivar la llama del carisma dominicano.

Cada carisma, su misión; la misión, con cada carisma.

Por otro lado, cabe mencionar la singularidad de Domingo: su identidad única e irrepetible. En realidad, todos somos así, «libros no fotocopiables», pero es que en el caso de Domingo se trata de todo un códice miniado. Hay santos de primera categoría: no porque queramos establecer ninguna distinción clasista —Dios nos libre—, sino por razón de diversidad: no todos los dones están igualmente distribuidos en el cuerpo de Cristo, cuerpo místico que es la Iglesia. Recordemos que, a su vez, a más gracia divina más responsabilidad humana. Para evitar monotonías, no a todos los creyentes se nos pide la misma respuesta vocacional (¡gracias a Dios!).

Santo Domingo, al igual que otros pocos-pero-grandísimos santos, es un milagro de la Providencia. Los santos nos muestran la grandeza de Dios en sus criaturas: quizá no todos estemos destinados a dicho grado de perfección, pero, gracias a modelos e intercesores como Nuestro Padre, podemos estar seguros de que llegaremos muy lejos en nuestra vida espiritual. Nuestras vidas podrían ser tan fascinantes como la de santo Domingo: solo tenemos que creérnoslo un poco. No solo en teoría, sino en el día a día.

En suma, con Nuestro Padre santo Domingo podemos decir que hoy es Domingo, pero mañana… también. Los dominicos fuimos, somos y seremos dominicos ayer, hoy y siempre: otra cosa es que el modo de concretar el carisma cambie con el tiempo. La vida dominicana está en función de los frailes, monjas, laicos y otros discípulos que hayan recibido la llamada a este fascinante camino vocacional, y quieran seguir respondiendo con la entrega generosa de toda su vida. Hoy Domingo, mañana también. Hodie Dominicus, cras Dominicus, semper Dominicus. Amén.