Las Misiones: Id y haced discípulos a todas las gentes

Fr. Francisco L. de Faragó Palau
Fr. Francisco L. de Faragó Palau
Convento Virgen de Atocha, Madrid

El mandato del Evangelio “Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”, es el punto de partida y de llegada de la acción misionera.

Punto de partida porque de muy diferentes formas hemos podido escuchar la llamada que nos convocaba para la atención de otros pueblos lejanos al nuestro. Para eso nos hemos preparado, nunca lo suficiente y pocas veces de una manera adecuada. A veces nos puede más la voluntad que la cabeza y nos embarcamos en la tarea misionera confiando en nuestro querer y en el Señor que nos llamó.

Y punto de llegada porque supone un gran esfuerzo y trabajo el cumplimiento de la tarea que se nos pide. Total nada, “haced discípulos a todas las gentes…”

Cuando se emprende una tarea misional hay que partir de la base que Dios ya estaba allí, que Dios ya les había hablado, que en la cultura de esas gentes también habita la Palabra; de manera que la predicación del Evangelio, la evangelización de las gentes, supone la propia evangelización: nosotros les catequizamos, pero ellos nos evangelizan también. Es como un intercambio de los dones divinos: Dios me los entrega a mi para que se los reparta, y también se los entrega a ellos para que me los den. Veamos un ejemplo: ¿Les vas tú, misionero, a enseñar a ellos a cumplir el mandato de Dios de respetar la naturaleza? O, más bien, ¿acaso no son ellos los que te enseñan a hacerlo?

Es evidente que el conocimiento de Jesucristo, el oír hablar de él supone una novedad para ellos, que nunca oyeron su nombre; pero no quita que Jesús también es siempre una novedad para nosotros, que descubrimos cada día algo nuevo de su ser y de su persona. Y de la misma forma que lo nuevo que descubrimos en Jesús los vamos insertando en nuestra ser, en nuestro vivir, para ellos también les supone un insertarlo en su vivir, es lo que llamamos la inculturación del evangelio.

Todo el quehacer misionero no es sino un crecimiento de las personas, que se inicia siempre sembrando el bien entre ellos; un bien que toma muchos nombres: educación, escuela, puesto de salud, alimentación, vestido… y que se siembra con las herramientas del acompañamiento, del cariño, del respeto, del amor a esa imagen de Dios que reconocemos en el indígena. Por esta razón decía antes que pocas veces nos preparamos de manera adecuada, porque el misionero acaba sabiendo de todo y resolviendo las dificultades en todos los nombres del bien: ha de saber de medicina, de electricidad, de motores, de cuentas, de redacción de proyectos...

De esta manera el misionero va testimoniando el amor de Dios mostrando el suyo a esas gentes que acabarán reconociendo al Dios que los amó desde el principio y los ha hecho hijos suyos, es entonces cuando se llega al cumplimiento, al punto de llegada de la acción misionera.

Los métodos pues son: En un principio ganarse la confianza de las gentes. Después construyendo de escuelas, hospitales, centros de estudio e iglesias. Siempre respetando las culturas aborígenes, no sin dificultad porque había que conocer las lenguas autóctonas, las gramáticas y los vocabularios. También es necesario defender la identidad indígena, fortalecer sus estructuras acompañarles hacia su plena liberación de la marginación, el etnocidio y la esclavitud plagas que a lo largo de la historia han sufrido. Por todo ello los misioneros con toda la Iglesia no reivindican para sí otra autoridad que la de servir, con el favor de Dios, a los hombres, con amor u fidelidad (Ad Gentes C. II, 12)