«A vosotros os llamo amigos»
Inicia el mes de febrero, la maquinaria comercial echa a andar y comienza el bombardeo publicitario: es el mes de “San Valentín”, el mes del “amor y de la amistad”. Y es que, ni siquiera un valor tan humano, profundo y hermoso, como lo es el de la amistad, ha podido escapar a la influencia del fenómeno del consumismo, tan presente en nuestra sociedad contemporánea.
Sin embargo, si hay alguien capaz de recuperar el verdadero sentido del valor de la amistad somos nosotros, los cristianos; pues, ¿Qué es la historia de la salvación, sino una historia de amistad y de amor entre Dios y el ser humano? Santo Tomás de Aquino definía la virtud teologal de la caridad a partir del concepto de amistad[1]. Para Santo Tomás, la caridad no solo es amor de Dios, sino que ese amor conlleva a establecer con Dios una cierta amistad. Esto añade a la relación interpersonal del hombre y Dios una reciprocidad en el amor y, junto con ella, una cierta comunicación mutua.
La Sagrada Escritura, de hecho, atestigua con claridad la centralidad de la amistad en el plan salvífico de Dios: por ejemplo, Moisés; de él se nos dice que hablaba con Dios cara a cara, «como habla un hombre con un amigo» (Ex 33, 11). El libro de la Sabiduría afirma que, a través de la sabiduría divina, Dios se comunica a los hombres y los hace amigos suyos[2].
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado.
Sin embargo, es en Cristo, plenitud de la revelación, en donde se nos descubre el sentido pleno de la amistad y del amor: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 14, 12-15).
De todo esto podemos afirmar, en primer lugar, que el concepto bíblico de amistad se enraíza, no en la iniciativa ni el actuar humano, sino en la gratuidad y la sobreabundancia del amor de Dios. No es el ser humano el que elige a Dios, es Dios quien nos ha elegido a cada uno para entablar con nosotros una relación de amistad[3];una relación cimentada en el amor, en la caridad verdadera.
En segundo lugar, el concepto bíblico de amistad, tal como nos lorevela Jesús, lleva intrínseca una actitud vital: vivir para los demás, vivir en una entrega constante de la propia vida, en una diakonía permanente de la que él mismo nos ha dado ejemplo[4]. Por eso, no es extraño que Jesús enmarque estas palabras sobre la amistad, que hemos citado arriba, en un discurso que comienza con el mandamiento nuevo del amor y que cierra con un envío misionero: «soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16a).
A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos va madurando.
Por tanto, podemos concluir diciendo que, si queremos re-descubrir el verdadero significado del valor de la amistad, se hace necesario una vuelta a las fuentes, allí donde la amistad se nos presente en su sentido originario y pleno; y esa fuente no es otra que la misma historia de la salvación, la historia de amor y de amistad entre Dios y el ser humano. Y es que la amistad, como dirá el Papa Francisco, «es un regalo de la vida y un don de Dios. (…) A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos va madurando. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso “un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15)”»[5].
[1] Cf. STh, II-II, q. 23, a.1,c.
[2] Cf. Sb 7,27.
[3] Cf. Jn 15, 16.
[4] Cf. Jn 13, 12-15.
[5] Francisco, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, n. 151.