Adviento, tiempo de esperanza
Adviento es tiempo de esperanza ante la venida solemne de alguien importante. Para nosotros es ya adelantar y celebrar ese encuentro: la llegada que se confirma en un Amor, el que Dios nos tiene y que se ha manifestado en el misterio de su humanidad. Adviento es buena noticia para el género humano, que anuncia que la redención ya es posible, que nuestro Dios está con nosotros.
Vivir la esperanza es creer que un mundo mejor es posible, por el cual merece la pena gastar la vida; un mundo en el que trabajemos por romper y derretir todas las barreras que nos separan. Como dice el profeta Isaías (2,4), que seamos capaces de forjar de nuestras lanzas y espadas herramientas constructoras de amor hacia el hermano necesitado, para que así aparezcan los verdaderos puentes y caminos, y sea una realidad la comunión entre todos los hombres.
En este tiempo se nos hace una llamada a ver cómo está la posada de nuestro corazón, a despertar. Una llamada a marchar por sus sendas, a darnos cuenta de que no puede nacer un niño indefenso en un mundo que está sufriendo tanto; en medio de tanta desigualdad, violencia, corrupción. Este tiempo nos invita al compromiso y a la responsabilidad con el otro. A que no se nos apague el fuego en el corazón, a que miremos alrededor, a que no veamos como algo normal las miserias de quien sufre. Debemos pertrecharnos con las armas de la luz, aunque nos rodee la noche y las apariencias de sufrimiento: hay que llevar al necesitado un poco de luz aunque nuestra lámpara sea de barro. Nuestra posada tiene que tener un espacio amplio y confortable para el hermano.
Adviento es poner la mirada al final del camino y tener presente cuál es el objetivo primordial de la humanidad entera: la plenitud de los tiempos. Y esa plenitud no es otra cosa que el Reino de Dios que ya se está realizando y que nos invita a encontrar una nueva vida en Jesús. Soy yo quien debe recorrer este camino para que en la medida de mis posibilidades aporte un grano de arena, lleve mi lámpara con copioso y claro aceite, de modo que no se pueda apagar nunca en mí la luz misericordiosa, y esté bien prendida la llama hasta que venga el Hijo del Hombre.
Debemos mostrarnos firmes hasta llegar al final del camino, de este camino que nos presenta el adviento, porque es Dios mismo quien nos instruye por esta senda. Senda universal, para todos, como bien nos dice el profeta (Is 2,3): caminarán pueblos numerosos, es decir, que todos nos tenemos que poner en marcha para observar que todo se va a cumplir. Así podremos ver colmada la ilusión con la que nos hemos mantenido en este tiempo de espera, y veremos que todo lo que hemos soñado y pensando por este camino se va a realizar en el encuentro pleno con Jesús.
“Estad preparados”: es una llamada a la coherencia de vida que debemos llevar, a quitar las cosas postizas que nos acompañan a diario. Nuestro corazón debe estar ligero, preparado para la venida, porque no sabemos la hora. Pero sí queremos encontrarnos en ese momento con las manos rebosantes de buenas obras, y anhelamos que nuestros ojos se crucen con el brillo amoroso de la mirada de Dios.
“Estad en vela”: quien vela se prepara, pone sus esfuerzos en la tenue llama de su lámpara, para poder salir así al encuentro de la luz amorosa que nos regala Jesús, el Amor. El sentido último del adviento es que el lucero nazca en nuestro corazón, o también que seamos capaces de nacer al amor, a ese lucero que no conoce ocaso, y que es la única fuerza que nos sirve para vivir y actuar.