María, elegida de Dios

El culto a la virgen María en la Orden de Predicadores siempre ha sido una de sus características fundamentales. Hagamos un repaso histórico. Recordemos que una de nuestras señas de identidad es el rosario. Como cuenta la leyenda, fue el propio santo Domingo quien configuró esta devoción y le dio forma. De la misma manera, en los primeros siglos de la Orden, el Rosario fue un instrumento para la predicación. Así mismo, el canto de la salve en la última oración del día, también es una de nuestras costumbres más antiguas. Y no sólo en este rezo, sino que también es tradición en la orden acompañar al fraile en tránsito hacia la casa del Padre, con el canto de la Salve. Y todo esto por hablar de tradiciones que han subsistido hasta hoy, porque si vamos a mirar con detenimiento en la raíces de nuestro carisma, también hallaremos muchos testimonios de la presencia y veneración de María.

Un testimonio privilegiado de esta veneración, lo tenemos en la obra “Vida de los hermanos”; escrita por Gerardo de Frachet hacia 1258, por mandato de Humberto de Romans. En ella se recogen las historias, tradiciones, hechos sorprendentes, anécdotas, etc...que circulaban en la Orden en sus primeras décadas de vida. Por ejemplo una de estas historias dice lo siguiente:

Allá por los años de 1230 había una santa ermitaña en Lombardía que habiendo oído de la fundación de una Orden de Predicadores deseaba con mucho afán ver alguno de ellos. Un día pasó por allí fray Pablo y su compañero predicando. Al saber que eran de la Orden recién fundada fue a verlos y los encontró, jóvenes, altos y guapos. Al instante los juzgó: “Estos no pueden durar mucho tiempo viviendo en continencia”. Unos días después sintió a la Virgen muy cerca de sí que le decía: “Me has ofendido gravemente. ¿No crees que yo pueda guardar a mis jóvenes predicadores libres de todo pecado? Has de saber que esta Orden está bajo mi especial tutela.

A esta historia podemos añadir, por ejemplo, la inclusión del escapulario por una aparición de la Virgen a Reginaldo de Orleans. Además, esta historia era muy querida de santo Domingo que la contaba a sus frailes y que el mismo Jordán de Sajonia escuchó varias veces de labios del santo.

Por lo tanto, todos estos y muchos más testimonios, nos hablan del cariño que la Orden siempre ha tenido hacia el culto de la Madre del Redentor. Y es por esto que debemos ver en María a nuestra compañera de viaje, a nuestra amiga en el camino de la Fe, a nuestra madre en el orden de la Gracia. Sin embargo ¿Dónde está el auténtico valor de María para el creyente? ¿De dónde nos viene que ella deba ser nuestra madre, compañera y amiga? Si quitamos a María todos los adornos de los que le ha provisto la Tradición, podremos ver el auténtico valor de María. Ella estuvo unida de manera especial a la figura del Redentor, ésta especial manera es su maternidad divina: ella es la Madre de Dios.

Esta insignificante mujer de la Galilea del siglo I, fue elegida por Dios como Madre de su Hijo y, por lo tanto, Madre de los creyentes. Fue ella la elegida, por los designios salvíficos, a ser la custodia de los Misterios de la vida oculta de Nazaret. Ella, que según el Evangelio de Lucas, meditaba todas aquellas cosas en su corazón, se convirtió en la elegida de Dios. Ella, que es nadie para la Historia de los hombres, se ha convertido en paradigma santo de los insignificantes, la Madre de los sin voz, la Madre de los olvidados. Dios al haberla elegido como Madre de su Hijo ha elegido cambiar las tornas de la Historia, desde ella y por su Hijo, los protagonistas de la Historia van a ser los que no cuentan, los marginados. Dios, eligiendo a María como Madre de Cristo, ha dado voz a los sin voz, ha dado esperanza a los sin esperanza, ha redimido y elevado los contextos olvidados por la Humanidad. Es por esto que María es nuestra Madre, compañera y amiga. Porque ella es la señal de que Dios no se olvida de ninguno de sus hijos y de que sus lamentos llegan a nuestro Padre que está en los Cielos.