¡¡ALEGRÍA, ALEGRÍA, ALEGRÍA!!

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid
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Nochebuena

Culmina el tiempo de Adviento. Atrás quedan las expresiones de preparad, allanad, velad… En este día resuena con fuerza el cántico de Zacarías (Lc 1,67-79), fruto de una experiencia de silencio y contemplación. Podríamos poner nuestros cánticos de creyentes junto a este, y mostrar nuestro conocimiento de la obra de Dios en este mundo en el que vivimos entre las gentes con las que hacemos historia, y nos llevarían directamente al misterio que encierra esta noche. Una noche que está llena de luz, y por eso le añadimos “buena”. La noche la concebimos como algo oscuro y lleno de misterio; esta noche, por el contrario, nace para todos la Luz y se expande como paz y armonía, justicia y bien común por todo el universo. El lenguaje y el sentimiento de esta noche divino-humana no puede ser otro que “alegría”, porque Navidad se escribe con la mano de Dios.


Con bastante frecuencia oigo a varios amigos y hermanos decir que no les gusta la Navidad, porque los pone tristes. De primeras, no los entiendo, pero haciendo una reflexión y mirando la cosa con ojos humanos, los comprendo un poco. A partir de esta noche es tiempo de ternura, de familia. También son días de recuerdos y además, donde hay sitios vacíos, parece que se acentúan más y se echan de menos esas Navidades donde los huecos estaban todos ocupados. Hasta aquí creo que es un poco comprensible la tristeza, o mejor dicho, la nostalgia. También me encuentro con quienes opinan que los buenos deseos que nos trasmitimos durante estas fechas son puras obligaciones y quedan en la superficialidad; por tanto, para ellos la Navidad es eso: algo superficial. Pero asimismo creo que reducir estos días a meros recuerdos y a frases sin sentido es, desde mi punto de vista, ridiculizar la esencia de la Navidad.


Contemplar el misterio que encierra esta noche desde nuestra experiencia de fe, nos da más razones para la alegría que para la nostalgia y las obligaciones a las que acabo de hacer referencia. En esta noche, celebramos que el amor de Dios se vuelve tan abrumador, tan evidente, que haría falta estar ciego para no darse cuenta. Esta noche celebramos que Dios deja la grandeza de su gloria para hacerse niño. La Palabra, esa que existía desde el principio, se acurruca en el pesebre para estar cerca de nosotros y para decirnos que la humanidad tiene futuro, y que ese futuro es la felicidad. Este sí que es un motivo de alegría y para nada es superfluo: un Dios hermano, comprensible, alcanzable; un hermoso tipo de Dios que la humanidad jamás hubiera podido percibir, si Él mismo no nos lo hubiera mostrado. El misterio que encierra esta noche es que descubrimos que Dios nos ama y que es algo recíproco; pero también descubrimos la grandeza de cómo podemos amarnos unos a otros. Vivir desde la alegría sincera el misterio de la Nochebuena, nos quita nuestras ficticias categorías y, por lo mismo, nos junta a los demás redescubriendo la mayor alegría que puede haber: la fraternidad. Si esta noche contemplamos y celebramos que Dios se ha hecho hombre, ser hombre-mujer es la cosa más grande que se puede ser.


No nos refugiemos en la nostalgia, ni miremos hacia atrás. Contemplemos el presente y descubriremos que a nuestro lado hay gente que nos ama y que necesita de nuestro amor. Si lo hacemos así, el amor de Dios no será inútil porque habremos gritado al universo entero que en nuestros corazones anida la alegría de la Navidad.