" Amar sin medida" Domingo VI de Pascua, Ciclo B (Jn 15, 9-17)


Hoy la glosa humanista-creyente a ese pensamiento fundamental la voy a hacer en cuatro párrafos que se titulan, siguiendo el orden de las lecturas de la liturgia dominical:
- Amigo Cornelio, levántate. Soy un hombre, como tú, ni más ni menos que tú.
- A nadie que vive según el Espíritu se le cierran las puertas del cielo; se le abren a pares.
-El amor debe ser ley suprema y radical del humano vivir.
-Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor…y comunicadlo.

1. Amigo, levántate. Soy hombre como tú, ni más ni menos que tú.
La voz de Pedro que hoy escucho como piadoso, compasivo o curioso turista que me asomo a la nave de la iglesia de San Pablo, sita en la plaza de su nombre, en Valladolid, es voz sincera y verdadera de hombre de bien; y lo es porque, en verdad, Pedro, apóstol y discípulo de Jesús, es sólo o ante todo un hombre, una persona, como tú y como yo, amigo lector, y a mucha honra, pues eso es lo que da de sí mi naturaleza sensible, pensante, emotiva.


  Oye bien lo que Pedro te dice, en el despertar dominguero con misa y sermón o tertulia celebrativa, e incluso sin ella, pues importa mucho que el creyente cristiano tenga conciencia clara de la realidad física-psíquica en que nos fundamos. Pedro, el que habla a Cornelio, a ti y a mí, es un hombre, y sólo un hombre hecho y derecho; y si con esa afirmación rotunda no quedas satisfecho, ¡enhorabuena!, es que el hombre real, Pedro, que se te ha aparecido en el relato de Hechos está revestido de magia y poder, respira con fuerte aliento de vida, y motiva tanta esperanza que se parece a un pequeño dios. ¡Enhorabuena, amigo! Es que tú, en tu peculiar historia de vida y salvación, has percibido ya que el hombre sencillo y humilde, aunque cargado de debilidades, cuenta con la gracia de un Divino Mensajero, de un Espíritu, que te permite hacer hasta milagros de fe y amor.

  Pero me dirás, tal vez, ¿y a qué viene el que un bendito hombre, Pedro, siendo tan débil en su constitución, y entrando en escena sin ser llamado, tenga tanta fe como para saberse en posesión de un espíritu que hará maravillas, si se le deja actuar? Fíjate bien, responderé: Ese bendito Pedro del texto nos ofrece dos seguridades: primera, la de realismo al mostrarse clara y abiertamente como una persona igual a ti y a mí en cuerpo físico, en cuerpo social, en ruta histórica-cultural-social de peregrino por la tierra; segunda, la de que todo discípulo de Jesús, a quien se le llama ‘cristiano’, siempre tiene, junto a esa persuasión humanista, la iluminación y la corazonada de fe de que ese Jesús de Nazaret siempre está a su lado con aura divina de ‘Hijo de Dios Padre’. Atrévete a pedirle que te ayude a percibir sus pasos a tu lado y a contemplar entre nieblas su rostro de nuevo Amigo en camino hacia Emaús.

2. A nadie que vive, a su modo y honestamente, según el espíritu y las obras de Jesús, se le cierran las puertas de la eterna felicidad en el más allá de nuestra historia... Sigamos hablando con Pedro y Cornelio, nosotros, los inquiridores del misterio. ¿Qué significa y qué actualidad tiene esa musiquilla de tambor o gaita, que suena a religión salvífica e interroga a muchos miembros de las Iglesia?:’¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?’ Hch.10,47).Dicho de otra forma: ¿Hay sitio en el Cielo para los hombres de buena voluntad y buenas obras que no tuvieron el honor de cono-cer a la persona y evangelio de Jesús?


   Para un cristiano, y, más personalmente, para un predicador, misionero, voluntario social que vive al día, y adora, y canta con júbilo a un Dios único y amigo, misericordioso y perdonador, y perfecto conocedor de cuantos hacen de la justicia, de la familia, de un voluntariado social el modo honrado de ser persona, lo que cuenta al final de los días, no se aprende en las facultades universitarias de física o matemáticas sino en la experiencia de hacer el bien allí donde a cada uno le ha correspondido cursar la vida misma (sea fraile, monja, abuela, padre, madre, educador, político, orfebre o minero…). Quien hace el bien, es equitativo, da la mano al necesitado, y se prodiga en el amor sincero, tenga la seguridad de que no encontrará cerradas las puertas de la gloria sino que será acogido en el hogar Dios Padre. La tarjeta de identidad es un corazón, mente, alma, manos limpias, y, lo mejor de todo, la voz de Jesús acreditará su verdad ante el Padre. ¡Qué felices seremos un día, si el Cielo se nos abre y lo contemplamos lleno de ‘buenas voluntades y de cosechas de justicia y amor sin banderas ni etiquetas’; sobre el pecho de cada uno habrá una Cruz de amor y salvación.

3. El amor es la ley suprema y radical del vivir humano.
Amémonos unos a otros, grita el apóstol Juan desde su retiro en Patmos; y lo hace en perspectiva divina y humana, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, y si algunos no aman es que no han conocido todavía a Dios, pues Dios es Amor’.
De modo similar a como actúa el místico de Patmos, también nosotros, humanos y creyentes, debemos clamar desde el litoral de Libia o del Líbano al mediterráneo, desde las cumbres abatidas del Nepal, desde los volcanes de Chile, o desde las cárceles de todo el mundo...; y esto en nombre de la pervivencia del ser humano puesta en peligro, desde las barbaridades que se multiplican por doquier, como si todos fuéramos locos incorregibles, o como si la semilla del Reino se hubiera negado a ser fecunda…


   Hoy la tragedia humana no consiste en falta de declaraciones, de derechos humanos, de teorías impolutas cuya belleza es de papel… La tragedia es que nos estamos olvidando de ser persona, o al menos personas con sentido común que construyen sobre cimientos de bondad, virtud, corazón y mente lúcida. Solamente cuando nos decidamos la mayoría de los mortales a cambiar de mente y corazón, por dentro, no en la superficie de palabras o decretos, el Reino prometido por Jesús será hermosa realidad. Y hacia ello debemos tender con la mirada elevada al Cielo y tendida al mismo tiempo hacia el horizonte de la historia. Inspirémonos, por ejemplo, en el último documento que nos dirigió a todos los cristianos y personas de bien la Conferencia Episcopal Española en su última Asamblea, de abril del 2015.

4. Como el Padre me amó así os he amado yo, y doy mi vida por vosotros.
Ya no os llamo ‘siervos’, sois mis ‘amigos’, y como a tales os he hablado y tratado. Hoy en muchos cristianos parece que da vergüenza confesar toda la verdad de lo que creemos y amamos, y que falta ánimo para salir a las plazas y campos con estandartes que anuncian ‘felicidad’ y paz, primero en los corazones, después en la vida fraterna de compromisos que garanticen a todos el justo pan de cada día, y, además, en la fiel conciencia de hijos de Dios en peregrinación al estilo de los discípulos de Emaús.


  Una especie de plaga de ‘indiferencia’, como si estuviera bien visto en lo humano, o a bajo precio en lo divino, concentrar la atención en los intereses cercanos y transitorios, atribuyendo similar valor (en la hipótesis del reino de lo divino) a los fetichismos, a los meritorios heroísmos humanos, a la intimidad del encuentro de cuasi desposorio del Yo caduco con el YO de infinita ternura. ¿Qué fuerza debería hacer explosionar la semilla vocacional cristiana, por ejemplo, ante la borrascosa trama de desamor, de degradación de la persona, de migraciones a través del desierto o de la mar, de desigualdad entre hombre y mujer, entre persona en sociedad y persona en la cuna o en el vientre materno….? Urge la promoción de vocaciones que se arriesguen y complazcan en oír y seguir la lección de dar incluso la vida por los hermanos más débiles y muy amados.