"Cuerpo y Sangre de Cristo" Mc (14, 12. 16. 22-26)
La fiesta que celebramos bajo el nombre del “cuerpo y sangre de Cristo”, afirma la realidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Esta verdad doctrinal sigue la estela de la tradición eclesial en lo que se refiere a la realidad del cuerpo del propio Cristo, durante los años de su vida terrena. Es una verdad que se ha afirmado, ya desde las primeras comunidades cristianas. Esta realidad del cuerpo de Jesús, mientras vivió nuestra vida. Esta realidad, además, se prolonga en la Iglesia por medio de la comunidad cristiana, y de la presencia mediante su cuerpo y su sangre. Esta presencia de Jesús en medio de sus discípulos, es decir de la Iglesia, se hace realidad en la celebración eucaristíca.
Por esta realidad corporal de Cristo, podemos hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Podemos decir que la comunidad cristiana es una realidad única e indivisible con Cristo, como nos recuerda san Pablo en su primera carta a los corintios. Además el propio apóstol, al hablarnos de esta realidad, hace hincapié en que la unidad del cuerpo es de una unidad tal, que de la misma manera que el cuerpo es uno, así somos nosotros uno con Cristo. Toda la comunidad cristiana, en su unidad, manifiesta a este Cristo “eclesial”, a este Cristo global. Manifiesta que somos uno, reales y concretos, y que estamos llamados a ser uno, como los miembros de un cuerpo material.
Por la realidad corporal de Cristo, también podemos decir que nosotros somos partícipes de la Redención. Somos uno con el cuerpo de Cristo. Estamos unidos a Él de una manera indivisible y elemental. Y esto es importantísimo incluso para entender la obra de Cristo en nosotros. Porque decía san Ireneo de Lyon “lo que no es asumido, no es redimido”. Esto quiere decir que lo no unido al cuerpo de Cristo, no puede ser salvado. Y nosotros vivimos unidos a este cuerpo, nosotros somos parte de este cuerpo. Y todo lo que es Cristo, también seremos nosotros. Así podemos tener la tranquilidad de que todo lo afirmado sobre la realidad del cuerpo de Cristo, también será realidad en nuestro cuerpo. Su resurrección, será nuestra resurrección. Nuestro cuerpo, real y concreto, también será glorificado como ya ha sido glorificado en el mismo Jesús, como ya sido glorificado en la persona de la virgen María.
Por esta realidad corporal de Cristo, creemos que Jesús de Nazareth fue un hombre real y concreto. Que tuvo las misma preocupaciones, alegrías y sufrimientos que cualquiera de nosotros. Por esta realidad corporal, creemos que se ha hecho uno con nosotros, viviendo en nuestra misma carne. Esto es el dogma de la Encarnación. Y ya decía Ortega y Gasset que el catolicismo era la religión que en su más honda corriente había hostilizado menos la corporeidad. Así podemos encontrar en las más genuina tradición eclesial esta revalorización de lo corpóreo. De hecho, el simple uso del término “cuerpo” para referirse a la presencia de Cristo en medio de sus discípulos en la celebración eucarística, nos habla de ello.
Este tomar conciencia de la realidad corporal de Cristo, nos llama a tomar conciencia de nuestra propia realidad corporal. La vida espiritual comienza por la corpórea. Nos hace tomar conciencia de nuestro unidad de alma y cuerpo, de espíritu y materia. Nos hace caer en la lógica de que somos espíritu encarnado. De que debemos caminar por este mundo, pero con los ojos fijos en el Cielo. Así, este pisar la tierra, caminar por ella, significa conocer las realidades concretas de este mundo. Conocer las limitaciones y grandezas de la naturaleza humana en este ser material. Aquí empieza todo, este es el granito de mostaza donde el reino puede germinar y hacerse grande. No podemos creer en un Dios bueno, si no vemos que este Dios “hace” cosas buenas por el hombre. No podemos creer que mi Dios me quiere, si no me propone la bondad y la felicidad como ideales que ya se hacen realidad aquí y ahora. De la misma manera, no podremos creer en una bienaventuranza futura si no comienza ya en esta realidad. Si este Reino de Dios no comienza a hacerse una realidad tangencial, concreta y visible en este mundo.
Así la festividad del cuerpo y sangre de Cristo, nos llama a considerar la presencia de Cristo entre nosotros, la presencia indivisible de Cristo y sus discípulos, la unidad sustancial que nos une a nuestra cabeza. La unidad real que supone esta realidad corporal. La unidad de nuestro cuerpo con el cuerpo de Cristo. Unidad inseparable, y que revaloriza nuestro propio cuerpo porque también él es cuerpo de Cristo, ya en él comienza la salvación, ya en él ha llegado el Reino de Dios.