Mis recuerdos de Valencia

Después de nueve meses – qué tiempo más simbólico – he terminado mi estancia de “Erasmus en la orden” con los estudiantes dominicos en España y ya estoy de vuelta en mi provincia en Alemania. Después de un curso me quedo con unos cuantos “gigas” de fotos, con nuevos contactos en “WhatsApp”, con el plan de Semana Santa de Sevilla y manuales teológicos de mis profesores dominicos. Recuerdos de un tiempo muy bonito y feliz. Pero hay una cosa muy curiosa: Tanto en los últimos días en España como en los primeros días en Alemania, muchos me preguntaron “¿Qué ha sido tu experiencia más bonita de ese año?” Y claro, eso es muy difícil de contestar, porque ha sido un año con un abanico de experiencias muy diversas y por eso poco comparables. Pero en cualquier caso, las preguntas tan parecidas allí y aquí me muestran una cosa: es muy importante meter orden en mi cabeza y en mi corazón. Si intento lograr ese orden hay algunos ámbitos que me parecen importantes:

  He vivido durante nueve meses en un país con muchas facetas que me han afectado bastante. Los museos fenomenales de Madrid con su riqueza de arte antigua y contemporánea han cambiado mi modo de ver el arte. Todavía sueño con el sonido tan conmovedor de las cornetas que acompañan a Cristo en la Semana Santa de Sevilla y también con la mascletà de Valencia en Fallas. En mi boca recuerdo el sabor incomparable de zumo de naranjas valencianas cosechadas y exprimidas con mis propias manos. Al sentir buenos olores aquí en Alemania me acuerdo con mucho gusto de una Sevilla perfumada de azahar. Y ahora, cuando también en el centro de Europa entra el calor, recuerdo que en Valencia no sólo hace sol, sino también “caloret”. Para no terminar con los cinco sentidos, quiero destacar el trato cercano que la gente suele tener en España, un rasgo de la mentalidad española que para mí es muy simpático y – de vuelta en Alemania –me pasó un par de veces estar abrazando y tuteando a gente a la que le chocaban esos comportamientos.


  Además de estos recuerdos, he podido conocer la vida de frailes predicadores en España. Por ejemplo, pude tener clases de teología con profesores dominicos, una experiencia que me parece muy importante y que en Alemania es difícil porque la Orden no lleva una facultad de teología. Vi a los frailes muy implicados en la pastoral y colaboré en una parroquia de Santa Marta, en un barrio con muchos problemas donde las hermanas dominicas junto al párroco, a otras religiosas y a muchos laicos hacen un trabajo estupendo para la gente desfavorecida. Ahí trabajé con un grupo de nigerianos, con los que compartíamos el evangelio en inglés.


  Uno de los aspectos más interesantes de la vida de frailes para mí era ver los pasos del proceso de unión entre las tres provincias de dominicos en España. Cuando se unen provincias, cada una con sus peculiaridades, es un momento en el que se puede notar mucho del espíritu dominicano y los elementos de nuestra identidad. Como nuestra comunidad estaba compuesta por frailes de esas tres provincias entre 22 y 91 años, las reuniones en las que reflexionamos sobre nuestra vida y misión me dieron la impresión de participar en un proceso vivo de búsqueda de lo esencial, en un momento que iba a determinar el futuro de la predicación dominicana en España. ¡Qué suerte poder estar con los frailes en un momento tan decisivo de su historia!


  Estos momentos y las conversaciones en otras ocasiones que tenía con los frailes también me mostraron mucho sobre mi vocación personal de una vida dedicada a la predicación. Los diálogos hicieron manifiestos experiencias distintas y un contexto social diferente de mi país, de mi horizonte cultural, de mi modo de ver las cosas. Pero sean cuales sean las circunstancias del lugar en que vivimos como predicadores, hay un elemento de nuestro carisma dominicano que – a mi modo de ver – siempre hay que encarnar: Cuando Santo Tomás nos dice “¡Contemplad y dad lo contemplado!”, esta frase siempre va a ser un imperativo para nosotros. Y en el año pasado, para mí significaba estar en medio de una realidad desconocida, estar atento a lo que pasaba alrededor de mí e intentar escuchar a las personas y sus historias. Este ámbito nuevo me hizo escuchar también la Palabra de Dios de una manera nueva. Pude ver que en un barrio desfavorecido de Valencia el Evangelio suena distinto que en un contexto de estudiantes en el centro de Alemania. Pero lo fascinante para mi era ver que es la misma boca de la que salió el mensaje del Reino de Dios, que hay continuidad a pesar de diferencias culturales, sociales, económicas y que es la misma promesa de vida y alegría. Al predicador le toca, pues, vivir con ojos abiertos para las circunstancias concretas y con el corazón abierto para la gente y para Dios para poder así encontrar un camino como hacer de mediador entre ambos: una tarea muy exigente pero a la vez apasionante. También me da confianza ver que el dominico nunca necesita aceptar este reto sólo sino en el seno de su comunidad en la que tenemos el ideal del proyecto de predicación común.


  Con este trasfondo de experiencias y conocimientos di un paso importante para mi vida de fraile, a saber de renovar mi profesión para otro año. La admisión a la profesión por la comunidad que me llegó a conocer en los meses pasados que estoy en el buen camino me da tranquilidad de cara a mi profesión solemne, porque veo que mi impresión personal de ser feliz como dominico coincide con la impresión que tienen los frailes mayores de mí. Ahora, de vuelta en Alemania, me quedan dos años en la facultad de teología en los que voy a hacer mis votos eternos y que van a terminar con la ordenación de diácono y sacerdote. Para todo lo que hay delante de mí, mi experiencia en España, de su gente, su cultura y de los frailes ha dejado sus huellas en mí y me va a fortalecer, me dará valor. Por eso quiero agradecer a todas las personas a que he podido conocer y querer su amabilidad, su compartir y – sobre todo a mis hermanos del Real Convento de Predicadores de Valencia – su testimonio de testigos fieles y alegres para la Buena Noticia de Jesús. Espero que nuestros caminos se entrecrucen y que nos veamos pronto. ¡Gracias!