Dejar marchar a quien se ama (Solemnidad de la Ascensión)

Aquello que se ama debe dejarse ir, para que precisamente siga siendo aquello que ama.

La fiesta de la Ascensión, que celebramos este fin de semana, es la fiesta de una partida. Los discípulos, nos cuenta Lucas en la lectura de este domingo, «se volvieron a Jerusalén con gran alegría». ¿Pero dónde está la alegría de que el Mesías, resucitado por Dios, abandone a los apóstoles a su suerte? ¿Dónde está la gracia, si todos acabarían crucificados, degollados o cosas parecidas por seguirle? Y Jesús, tan tranquilo, se sube al cielo y les manda volver a Jerusalén.... ¡el mismo lugar donde lo habían crucificado!

Dicho así, todo carece de sentido, y lo menos lógico de todo es que ellos fueran tan contentos. Lo cierto es que el propio Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, nos muestra que no es tan así, y que en realidad los seguidores de Jesús esperaban que viniera a restaurar el reino de Dios, entendido como algo más bien terreno. Así lo leemos en la primera lectura de este domingo. Pero es que si siguiéramos leyendo el libro, veríamos cómo nos encontramos a una comunidad encerrada, escondida, a la que llega el Espíritu Santo y empieza después a predicar. Eso será la fiesta de Pentecostés, que pronto celebraremos.

Hay un elemento de todo esto que me gustaría resaltar: la importancia de decir adiós. Aquello que se ama debe dejarse ir, para que precisamente siga siendo aquello que ama. 'Txoria, Txoria', una canción de Mikel Laboa, dice en su versión original (en euskera):

Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite.

 

Lo cual, traducido, significa:

Si le hubiera cortado las alas
habría sido mío,
no habria escapado.
Pero así,
habría dejado de ser pájaro.
Y yo...
yo lo que amaba era un pájaro.

 

Algo parecido les pasaba a los que seguían a Jesús; querían tener ya entre ellos el reinado de Dios, pero no era tiempo. Querían tener a Jesús para coronarle ahí mismo, pero no era posible. Él pertenecía ya a otro mundo, y tenía que irse para no pervertir su mensaje: había cumplido su misión más que de sobra. Por eso podían estar alegres, porque había que cerrar esa etapa y empezar otra, que era la de predicar el Evangelio. Eso es perfectamente compatible con el dolor porque alguien haya partido y porque se queden mirando al cielo, quietos, y alguien les tenga que decir que tranquilos, que volverá.

sólo podemos esperar al otro mundo guardando el mensaje de amor.

Aquí seguimos, esperando a que vuelva. De esto, hay que reconocer, la Iglesia habla muy poco. En la primera generación del cristianismo, en cambio, se comentó mucho. Luego llegaron los milenaristas en el año 1000, y luego en el 2000. De vez en cuando, alguien dice que está a la vuelta de la esquina. Esa esperanza es buena, lo que es malo es obsesionarse. Algún día llegará en el que la Tierra pueda volver a ser el paraíso, pero mientras tanto este mundo es este mundo, y sólo podemos esperar al otro mundo guardando el mensaje de amor, como si fuera poco.

Y, por qué no decirlo, Jesús hace un poco de trampa, porque él se fue, pero nos dejó al Espíritu Santo. Eso es como cuando alguien se va y notamos que su paso por nuestra vida nos ha hecho mejores, lo que hace que no se haya ido del todo. Paradójicamente, para que esto suceda solo queda dejarle marchar. Eso, en Jesús, se multiplicó por mil para los apóstoles.