Dejarnos “transformar” II Cuaresma (Lc 9, 28b-36)

Dejarnos “transformar” II Cuaresma (Lc 9, 28b-36)

Seguimos avanzando en nuestro camino hacia la Pascua. Y en el Evangelio de este domingo, vemos un atisbo de la gloria de la Resurrección. No es una simple ilusión o un sueño vacío. Es el anticipo de una realidad fundante de nuestra fe. Así, después del relato de las tentaciones del domingo anterior, la Iglesia nos presenta para reflexionar este domingo el pasaje de la Transfiguración. Este relato debemos enmarcarlo antes del largo viaje de Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Todos sabemos que este viaje terminará con su Pasión, Muerte y Resurrección. Será un viaje, como nuestra Cuaresma, en el que Jesús irá instruyendo a sus discípulos sobre cómo ser verdaderos discípulos de Jesús.


  Al principio, Jesús sube a orar a una montaña, a un lugar alto, que era donde le gustaba encontrarse con su Padre. Pero al contrario que otras veces no va sólo. Como hará en Getsemaní, se lleva a Pedro, Santiago y Juan consigo. Estos aparecen como testigos pasivos del acontecimiento de la Transfiguración. Incluso Pedro, que es el único de los discípulos que habla, sólo puede exclamar «¡qué bueno es que estemos aquí!». Ante la gloria anticipada de Cristo que Dios les muestra, los discípulos quedan maravillados.


  Nosotros sentimos esta sensación cuando soñamos con nuestro futuro. Cuando pensamos en las cosas futuras y nos quedamos en una especie de nube. Saboreamos ya algo que aún no ha pasado. Pero la nube del relato poco o nada tiene que ver con las nubes en las que nosotros mismos nos montamos cuando soñamos. Es más bien un signo, un símbolo de la presencia de Dios. Ya encontramos este simbolismo en el Antiguo Testamento. Cuando Dios saca a su pueblo de Egipto. Cuando los guía por medio del desierto. E incluso, la nube que inunda primero la Tienda del Encuentro y posteriormente el Templo.


  Además, aparecen dos grandes figuras del pueblo de Israel: Moisés y Elías. Son los máximos representantes de la Ley y los Profetas. Ellos aparecen activamente hablando con Jesús. El tema de su conversación es intrigante. No hablan de la interpretación de la Ley. Ni de la venida del Mesías de una forma gloriosa. No. Hablan de la muerte de Jesús. Una muerte que según nuestra propia fe, fue preconizada por las Escrituras. Además, Jesús no rehúsa este tema. Es consciente de que si lleva a cabo la misión que el Padre le ha encomendado, si es fiel hasta el final, la muerte es algo más que una simple posibilidad. Por eso, no se queda allí, sino que empieza su viaje a Jerusalén. Nos invita pues, a no quedarnos parados en nuestros sueños, como hacemos muchas veces. Sino a seguir adelante, a caminar. Puede que el camino sea difícil. Sí. Pero el Espíritu empuja y anima, de la misma forma que hizo con Jesús.


  Por último, de en medio de la nube sale una voz como en el bautismo y vuelve a decirnos: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». En nuestro caminar cuaresmal podemos escuchar muchas voces. Algunas, seguramente, muy buenas. Otras un poco menos. Nosotros mismos nos plantearemos muchos interrogantes. Sería bueno que reflexionáramos sobre esta frase. Dios, nos presenta a Jesús como su Hijo, como su Elegido. Y nos invita por tanto a escucharle. La cuaresma es un buen tiempo para que nos preguntemos quién es Jesús para nosotros. Es tiempo propicio para acallar las voces que vayan en contra de su proyecto, del Reino. Dependiendo de nuestra respuesta, así debe ser nuestra actitud. Si coincide con la del Evangelio y reconocemos a Cristo como nuestro Señor, entonces debemos bajar del monte, de la nube y comenzar a construir hoy, ahora y con los que tenemos a nuestro alrededor el Reino. O mejor dicho, dejarnos construir y transformar por el Reinado de Dios en nosotros.