El Espíritu nos mueve frente a las tentaciones (I Cuaresma, Lc 4,1-13)

El Espíritu nos mueve frente a las tentaciones (I Cuaresma, Lc 4,1-13)

Asier Solana
Asier Solana
Madrid
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El paso de Jesucristo en la Tierra fue una constante fuente de tentaciones. En el Evangelio de Lucas que leemos en el primer domingo de Cuaresma encontramos las claves principales de lo que va a ser todo este periodo litúrgico.

Al principio del texto está el Espíritu que mueve a Jesucristo, mencionado dos veces en la primera frase. No es que el redactor del texto redunde por capricho o porque escribe mal: es que quiere dejar patente lo importante que fue para Jesús dejar actuar en él al Espíritu. Por tanto, también nosotros deberíamos dejarnos mover por esa fuerza con la que Dios asiste a los hombres, y quienes creemos en él podemos ser mucho más conscientes de ello. Y dejarnos llevar por Él donde sea.

En la Biblia los números son simbólicos, pasa en este texto con el 40 y con el 3. El 40 es una clara referencia a los años que Israel pasó en el Desierto, en una historia de liberación. La historia de Jesús nos llevará a una nueva Pascua, que no será para un solo pueblo, sino para toda la humanidad. La liberación no será por la ley, sino por la fe, como nos recuerda la carta a los Romanos.

El 3 es también importante. El texto nos narra tres tentaciones que bien podemos identificar con otras de hoy día. La primera, la de las posesiones materiales. La segunda, el poder. Y la tercera, la de tratar de manejar a Dios a nuestro antojo. Pero el número 3 en la Biblia quiere decir a menudo 'muchos'. ¿Quién duda de que a Jesús el demonio no le tentó muchas veces? Por ejemplo, en el mismo Getsemaní Jesús se vio tentado de no aceptar la cruz y, sin embargo, tras orarlo, superó sus miedos. La tentación, como dice el texto, busca siempre “otra ocasión”.

Esto no significa, ni mucho menos, que debamos pensar que todo es tentación. Bastaría con fijarse en todas aquellas cosas que nos llevan por un camino fácil. El camino fácil es para cada uno diferente. Es el camino en el que parece que siempre conseguimos lo que queremos, pero que cuando estamos en la supuesta cima nos damos cuenta de habernos equivocado de camino. Y, en vez de subir la montaña, nos hemos conformado con escalar un pequeño repecho.

La tentación nos ofrece cosas muy tangibles y solo hay una manera de superarla: la fe en que Dios nos quiere felices y su camino es el que nos dará la libertad.