Domingo de Ramos 2018
Domingo de Ramos: “Conecta la fuente de la vida”
Este Domingo de Ramos cerramos el tiempo de cuaresma, y abrimos el inicio de la Semana Santa, la semana mayor del año cristiano; es decir, hemos llegado ya al objetivo, a lo que conducía la cuaresma, lo que hemos estado preparando durante estos cuarenta días, la Pascua. Entramos en la semana más importante de la liturgia cristiana, celebramos la muerte y la resurrección de Cristo y lo que se nos pide en esta liturgia es que lo vivamos con serenidad, con interioridad; es decir, que meditemos lo que significa este acontecimiento.
El fruto de la pasión no es machacar la conciencia, sintiéndose culpable, malísimo, horrible... y cuando termina la resurrección me dedico a otra cosa. No es para aumentar el sentido de la culpabilidad que a veces nos han reprochado otros; matar toda la alegría, toda la vitalidad; no es para desconfiar del hombre, tener asco del mundo, del por qué han matado a Dios. Cristo vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por lo tanto, el fruto de la Pasión es como fuente de la pasión, donde se mira cada momento de la pasión es como un pozo que conecta la fuente de la vida. Por tanto, es una alegre noticia, un alegre evangelio, de cómo mantener la fe en medio del sentimiento de la ausencia de Dios, de cómo mantener la solidaridad y el cuidado de los demás, incluso dentro de nuestra propia muerte que parece inútil.
La pascua es el modo de ser de Dios y el modo de ser nuestro. Es descubrir el perfil de Jesús en cada uno de nosotros. Dios se prueba en nuestra propia vida, somos nuestra propia prueba de la fe.
Lo que verdaderamente nosotros hemos de celebrar, vivir y sentir es la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre la muerte, sobre lo que nos hace menos humanos, más antidivinos; la posibilidad real de ser personas libres y liberadoras; la posibilidad de formar lazos profundos entre unos y otros, donde es posible el amor y el entendimiento; donde sentirnos libres de todas las dominaciones, del miedo a la muerte y los otros miedos
que nos amenazan, nos paralizan y nos esclavizan; donde podemos comprobar que nunca estamos solos y abandonados en nuestra vida que sea cual sea tiene sentido, riqueza y fecundidad en los brazos de Jesucristo resucitado, que está en nosotros y obra por nosotros.
Sólo podemos seguir a Jesús cuando nos sentimos atraídos por él, y cuando en lo más profundo de nuestro corazón existe el deseo de conocerlo. Sólo su atracción nos pondrá en camino. Lo que más podemos subrayar de este crucificado es ante todo su amor hacia todos. Jesús no excluye ni es indiferente con nadie. Ama y acoge a todos: pecadores, mujeres, niños, enfermos, pobres. Sobre todo, nos da el amor insondable de Dios. Empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.