Domingo de Resurrección
Hoy es un día especial. Hoy es un día todavía más que especial. Día en que se rompió el silencio angustiante. Silencio que se quedó tres días preso en nuestras gargantas: El silencio sepulcral. Día que festejamos la victoria de la vida sobre la muerte. Día en que festejamos la fe y el amor gozosamente: ¡Jesucristo resucitó!
Pero, no fue así como sucedieron las cosas tras la resurrección de Jesús, según nos relata el evangelista Juan. Maria Magdalena vio la losa quitada del sepulcro y echó a correr hasta donde estaban Pedro y, supuestamente, Juan. Ella incluso no se acercó al túmulo para ver lo que de hecho había pasado con el Señor. Y así mismo, fue la primera a testimoniar el kerigma sin mismo tener conciencia de la grandeza de tal acontecimiento. Fue testigo de la resurrección y apóstol de apóstoles por eso una bella tradición otorga a María Magdalena el título de patrona de nuestra Orden de Predicadores, puesto que nuestra misión fundamental es predicar.
La muerte es trágica. Es enigmática. Y nosotros tenemos conciencia de que vamos a morir. Quizás más que la nuestra, sino la muerte de nuestros seres queridos. Lo que hace que nuestros ojos mareen agua sin cesar, por todo aquello que nuestra boca, por medio de palabras, no sabe traducir. La muerte traduce el dolor más existencial que los vivientes experimentan. No tanto la muerte en sí, puesto que nadie ha vuelto tras el pasaje para decirnos lo que ella es, sino de lo que se pierde. El miedo de lo desconocido. De lo que vendrá después. ¿Tenemos realmente fe?
Pedro y Juan corrieron hacía el túmulo donde habían puesto a Jesús. El discípulo a quien tanto quería Jesús corrió más que Pedro. Demostrando ganas mayores de ver lo ocurrido, llegó primero al sepulcro, pero no entró. ¿Por qué no entró? Evitó lo desconocido. Tal vez estaba aún oscuro. No obstante, fue Pedro quien tuvo coraje de adentrar en el túmulo de Jesús. Intencionalmente, la perícopa nos enseña el lugar privilegiado dado a la persona de Pedro, principalmente por su fe, ya reconocida entre los discípulos. Es en la oscuridad que lo desconocido se desvela. Se revela. El sepulcro trae las vendas y el sudario dentro de sí. Pero está vacío.
Solo quien verdaderamente dudó o mismo negó alguna vez su fe puede creer con todas las fuerzas, sin temer. Con Pedro fue así. El anuncia que todo lo que ha hecho y enseñado Jesús, desde el bautismo en el río Jordán hasta la ascensión, es anuncio de salvación. Pues “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien [...], porque Dios estaba con él.” (Hch 10, 38)
Y porque es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, y para nuestra salvación, la realidad fue transformada, ya y aún más, por lo cual entona el salmista “Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117). La esperanza venció el miedo.