Domingo II de Adviento
Hoy, Juan el Bautista nos anuncia la próxima llegada de Jesús de Nazaret y nos invita a que la preparemos bien. Nosotros, cristianos de 2015, vivimos su nacimiento como algo que sucedió justamente hace 2015 años. Pero sabemos que Jesús quiere seguir naciendo en nuestro corazón, cada día: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre entraré y cenaré con él”. Jesús quiere que le acojamos en nuestro corazón como nuestro amigo. Y nos ha prometido que volverá al final de los tiempos para ofrecernos esa alegría que entonces “nada ni nadie nos podrá arrebatar”. Ante esta venida continua de Jesús en nuestro trayecto terreno y ante su venida final, nos podemos preguntar si las vivimos con gran expectación, si nuestro corazón vibra con Jesús, se estremece con Jesús, se emociona con Jesús, aunque sea en el silencio de nuestro interior.
¿Qué nos ofrece, qué nos sigue ofreciendo este Jesús para que le podamos recibir con mucha más emoción que la emoción de todos los admiradores y fans de este mundo ante todos sus ídolos humanos?
¿Qué le ofrece el agua a una tierra reseca, que lleva un año sin empaparse de la lluvia? Le ofrece algo que necesita para vivir. Sin agua esa tierra se muere.
¿Qué le ofrece a Antonio el aprobar unas oposiciones a las que se ha presentado tres veces? Le ofrece un puesto de trabajo, algo totalmente necesario para vivir, poder casarse y fundar una familia.
¿Qué le ofrece la nieve a las estaciones de esquí? Algo necesario para que su negocio vaya bien, puedan venir los esquiadores a esquiar y dejar su dinero. Sin nieve una estación de esquí está muerta.
¿Qué le ofrece a un enamorado que su enamorada le diga que sí, que le quiere? Le ofrece algo que para él es más necesario que el vivir, porque su vida consiste en amar a esa persona. Sin ella no hay vida.
Todos estos ejemplos, tienen algo en común: ofrecen algo que la otra parte necesita, algo que les es necesario para vivir. ¿Nos ofrece Jesús algo que nosotros necesitamos, algo que necesitamos para vivir?
¿Somos nosotros personas que lo ven todo claro, que saben con toda claridad de dónde venimos, hacia dónde vamos, qué postura hemos de tomar ante el dolor, el amor, la violencia, el dinero…? Si lo vemos todo claro, no necesitamos a Jesús. Si no lo vemos todo claro y, en más de una ocasión, las tinieblas se apoderan de nosotros y no sabemos a qué carta quedarnos, nos interesa Jesús, necesitamos a Jesús, estaremos deseosos, ansiosos por verle, por oírle, por acogerle porque él quiere iluminar nuestras oscuridades ante los temas centrales de nuestra existencia y regalarnos luz suficiente para caminar por esta vida: “Yo soy la luz del mundo, quien viene detrás de mí no andará en tinieblas”.
¿Somos personas que tienen fuerzas suficientes para amar siempre, para enfrentarse a todo lo que nos sucede en la vida y que no precisamos de ninguna ayuda externa? Entonces no necesitamos que Jesús llegue hasta nosotros. Pero si somos de carne y hueso, fuertes y débiles a la vez, que en algunos momentos nos encontramos decaídos, sin fuerzas… entonces recibiremos jubilosos la visita de Jesús, la amistad, la fuerza, el coraje que Jesús nos brinda para seguir adelante: “Venid a mí los que estáis agobiados y cansados y yo os aliviaré”. ¿Notamos que Jesús, su amor, su perdón, su fuerza, su presencia… nos son necesarios para vivir?
En este segundo domingo de Adviento, recordamos la sublime noticia de que todo un Dios viene hasta nosotros para echarnos una mano, para caminar con nosotros por este trayecto terreno y para acogernos al final de nuestra vida en sus manos amorosas. ¿Tiembla de emoción nuestro corazón ante esta sublime noticia o nos deja más fríos que la noticia de que mañana va a nevar? ¿Nos sale de lo más profundo de nuestro corazón esa súplica que los cristianos de todos los tiempos hemos dirigido a Jesucristo: “Ven Señor y no tardes”?