Estad Siempre Alegres (Domingo III de Adviento (C))

Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
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En nuestro camino a la Navidad nos sale al paso este tercer domingo de Adviento, el “domingo de la alegría”. Así se le conoce por ser esa la invitación principal que hace la segunda lectura (Flp 4,4), y porque también nos pone en la pista del gozo profundo que viene en este tiempo que se acerca. Esa alegría sana se sustenta en el recuerdo (podemos desearla porque ya la hemos conocido de una manera auténtica), y se proyecta en la esperanza (porque siempre nos sabe a poco, aspiramos a vivir esa experiencia de forma plena y sin límites). Pero sobre todo, la alegría evangélica que “llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1), se realiza y se disfruta en el presente. ¡Siempre es tiempo para estar alegres!

En estos últimos días somos testigos del bullicio en las grandes ciudades y comercios, las prisas de muchos por adquirir el último regalo o el mejor manjar al precio más económico. ¡Cuántos son felices en ese barullo! El corazón a veces se nos entretiene repasando –son días de nostalgia- los nombres de los ausentes, o los límites e inquietudes personales, o el miedo que parece extenderse en esta sociedad llena de violencia y de palabras que no convencen…

Y no basta una sonrisa improvisada o diplomática, ni tampoco una confesión superficial, para decir que estamos alegres… ¿Estamos alegres? ¿Podemos sentirlo de veras, sin parecer hipócritas? No hay centro comercial, ni cadena de televisión, ni cena de empresa que nos garantice la alegría para la que está hecho nuestro corazón.

 

La alegría, aunque no lo creamos, es esa semilla que se esconde en algún rincón del alma. Esa que todo un Dios plantó en lo escondido, y que nos empuja a hacer la aventura interior de buscarla. Con un poco de silencio y soledad, de sinceridad y desprendimiento, de sencillez, bondad e inocencia, daremos con ella. Y nos faltará compartirla con otros, porque es de por sí expansiva. Y cuando la tengamos la reconoceremos en cada rostro, en cada búsqueda o en cada tropiezo. En todo lo humano: quizás la alegría sea “lo más divino de lo humano”.

“¿Qué tenemos que hacer?”, preguntan al Bautista las élites de Judea insatisfechas de todo lo vivido. Es el mismo interrogante que nosotros nos hacemos con frecuencia. ¿Por dónde tiro? ¿Cómo doy a mi vida un giro que me haga más feliz? El profeta invita a perder para ganar, a hacer un desprendimiento para alcanzar: no engañéis, no exijáis, no os aprovechéis… Para acumular alegría “de la buena” siempre debemos estar soltando lastre, dejando ataduras, liberando espacio. Y les ofrece una promesa: vendrá quien os haga sentir la felicidad más plena…

En Jesús descubrimos los creyentes la fuente de la alegría verdadera, siempre nueva y sorprendente. Encontrarse con Él debe ser garantía de que tenemos lo suficiente. “Él está en medio de ti… se goza y se complace en ti, te ama y se alegra contigo” (Sofonías): ¿necesitamos mucho más? La vida del Nazareno no agota ni se agota, invita siempre a un mayor compromiso. Que estos días que nos acercan a la Navidad nos ayuden a encender desde adentro la luz de la alegría, y así iluminar a este mundo.