Domingo IV de Adviento

Fr. Carmelo Preciado Medrano
Fr. Carmelo Preciado Medrano
Convento de San Pablo y San Gregorio, Valladolid
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En los últimos días de noviembre, un programa televisivo transmitido desde la Plaza Mayor de Madrid, intentaba “meternos en ambiente navideño”, y su guía y presentador, en medio de intervenciones musicales, preguntaba qué era la Navidad… Las respuestas eran simples, como suele ser común a este tipo de programas en estos medios: “navidad es alegría, música, fiesta, inocencia infantil, comidas especiales…, alguno aventuró decir que navidad es juntarse la familia…”; nadie se atrevió a decir que “la Navidad es Dios con nosotros”, que Dios se hace hombre y por eso lo celebramos con algunas de esas cosas, gestos, actitudes… que se dijeron pero sobre todo “con amor y paz”.

Sí, Dios en Jesús, ya está ahí conforme anunciaron los profetas… hoy Miqueas: “De ti saldrá el jefe de Israel…, pastoreará con la fuerza del Señor” Y nos lo grita alborozada la Iglesia y todos debiéramos estar contentos y gozosos, como lo estaban los más pobres y sencillos… los pastores, cuando se lo anuncia el ángel.

Y además, la carta a los Hebreos dice que “cuando Cristo entró en el mundo dijo:… me has preparado un cuerpo… y aquí estoy para hacer tu voluntad”.

¿Qué hemos preparado nosotros, qué es lo que nosotros hacemos, o aún vamos a hacer…? ¿Qué hemos hecho en todo este Adviento, que ya termina, “preparando los caminos del Señor”?

En el Evangelio de hoy tenemos la muestra de lo que mejor debiéramos haber hecho en el Adviento y, que en María, tenemos mejor ejemplo a seguir preparando el camino, porque nadie como una madre prepara ese camino del nacimiento de su hijo, y nadie mejor que María preparó el camino del nacimiento de Jesús. Otra cosa es que los planes de María se cruzaron con los planes humanos del momento y, su Hijo, Jesús, tuvo que ir a nacer en un portal “porque no encontraron sitio en la posada…”

Por eso tenemos tanto que aprender, porque por mucho que nos demos prisa ante la cercanía del Señor y se crucen tantos caminos y circunstancias…, ya lo dijo Isabel a su prima María en medio de la alegría de su visita, que hasta el niño Juan saltó en su vientre y “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

 

Es Isabel, en su sabiduría de mujer mayor, cercana a Dios quien se lo dice a María, que lleva a Dios consigo. Y la llama “bienaventurada y dichosa porque ha creído”, “bendita tú entre las mujeres”, y al creer ha hecho posible la gran maravilla de la Encarnación.

Así va finalizando el Adviento, y a través de este tiempo litúrgico la Iglesia nos ha dicho sólo una cosa: ¡viene el Salvador! Ese es el motivo de nuestra alegría navideña, y no solo un subterfugio de adornos y envoltorios navideños que se quedan fuera del gran acontecimiento que celebraremos en estos días que se nos acercan.

Pero solamente los que de verdad se lo crean, y por eso se conviertan, harán posible que cuanto Él dirá, se cumplirá, ¿”encontrará sitio en la posada…” de tu vida, de tu corazón como en el de María e Isabel?

Por eso, en torno a estos días finales del Adviento, entramos de lleno en “en el mundo de lo pequeño”:
-Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá;
-María, una doncella desconocida de Israel, que después se ocultará prácticamente, hasta la muerte de Jesús;
-se empieza a oír hablar de pobreza, de sencillez de corazón, de niños, de saltos de alegría;
-se comentan los gestos sencillos, inocentes, caseros, la visita de María a Isabel para compartir la gran noticia…

Solamente quien tiene un corazón sencillo y pobre, “de niño”, puede comprender de verdad el Adviento y responder como Cristo: “aquí estoy yo Señor, para cumplir tu voluntad”, y como María: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”.

Y no olvidemos, que estamos en el Jubileo de nuestra Orden, en la que hemos entrado pidiendo “la misericordia de Dios y la vuestra”, y lo vivimos precisamente en el Año Jubilar de la Misericordia.