Donde Tú vayas, yo iré
Así contesta Rut a su suegra Noemí, ambas viudas, cuando Noemí le avisa que dejará su casa y su tierra para ir a la tierra donde viven los Israelitas y que no puede llevarla con ella. Asi se empeña Rut en seguir la voz de su corazón, en seguir sus sueños, en seguir el afecto profundo de su corazón…
La vida religiosa tiene mucho también de eso, de voluntad. De empeñarse. De cabezonería. Una vocación religiosa no es sólo una cuestión de elección de Dios, como si uno no tuviera nada que hacer o que decir en ella, es verdad que sin esa elección, que sin esa llamada poco se puede hacer, pero sólo ésa no basta… las más de las veces una vocación te lleva a tener que apostar todo lo que tienes. Todo lo que eres. Y apostarlo conscientemente. Siendo uno quien es.
Empeñarse en seguir los sueños es una de las mayores aventuras que se pueden tener. Como toda aventura nadie dice que sea fácil, cómoda o relajante, como toda aventura te lleva a momentos en que tienes que poner todo de ti para que ese camino siga adelante, a veces incluso contra la propia opinión de un momento, sabiendo que un día hiciste una opción, aceptaste una llamada, seguiste un camino que no siempre sería fácil seguir, pero que pesa más que las circunstancias concretas difíciles que te puedas encontrar.
Pero también como toda aventura es apasionante, emocionante, enriquecedora, vital… como toda aventura te lleva a lugares desconocidos y te trae experiencias que jamás soñaste ver o vivir, te regala todo lo que tiene, te regala lo más importante y lo más fundamental de la vida: hermanos, amigos, afecto, a Dios mismo… Pero eso requiere siempre algo.
Hay momentos en la vocación en los que uno sólo puede tomar la actitud de Rut, decidirse por ir allí donde Dios vaya, allí donde Dios viva, allí donde Dios encuentre su pueblo, allí donde Dios muere cada día… hay momentos en una vocación que se juega el partido más en el lado de uno que en el de Dios. Aunque éste no te deje de su mano, respeta la libertad del hombre y su capacidad de decidir y de optar. En esos momentos es uno el que tiene que empeñarse, es uno el que tiene que hacer, es uno el que tiene que seguir a su corazón. El profundo, el de verdad, no las sensaciones o los sentimientos que de pronto con las brisas del día a día nacen, sino las vivencias hondas del fondo del corazón, las del deseo de Dios, las del deseo de una vida plena, las del deseo de justicia, las del deseo de llevar vida a los hombres.
Toda vocación pasa por el decidirse y por el optar por Dios. Toda historia de amor con Dios ha de pasar por un momento que tengo que decir: Don de Tú vayas, yo iré; donde Tú vivas, yo viviré: tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.