El bautismo del Señor
El domingo pasado la liturgia nos presentaba la epifanía o manifestación de Jesús como rey, Dios y redentor, a los que refiere el simbolismo del oro, incienso y mirra, ofrecidos como regalo por los Magos de oriente. Esta es la epifanía más reconocida por la Iglesia, pero no la única. Hoy la liturgia nos trae otra epifanía con unos matices muy peculiares que nos revelan un poco más sobre la naturaleza humano-divina de Jesús.
Jesús se manifiesta en esta ocasión como el ser humano humilde que recorre un camino y “se presenta” como uno más ante Juan para ser bautizado, sin necesitarlo. El hombre en el que se deposita la tarea de la redención asume una postura de total cercanía y obediencia a lo establecido haciéndose uno más.
Jesús no se autorreconoce como el Mesías. Juan lo reconoce: “Soy yo quien debería ser bautizado por ti”; y luego el propio Padre lo presenta: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”, cerrando un acto que claramente indica que el reconocer a Jesús como Mesías parte de su autorreconocimiento como ser humano, de su encarnación. Este acto nos invita a lo mismo: por nuestro bautismo estamos llamados a autorreconocernos como seres humanos, que recorremos un camino igual que los demás, pero con la conciencia de tener un destino trascendente, abierto a una esperanza que no se agota en la historia. Actuar de acuerdo a este designio es la manera por la que vendrá el reconocimiento de otros, que verán en nosotros algo diferente para bien.