¿El enemigo es digno de mi amor?
En estos domingos, la liturgia nos sitúa en torno a una de las predicaciones más entrañables, conmovedoras y humanitarias que ofreció Jesús de Nazaret durante su vida pública. El evangelio de este séptimo domingo es un fragmento del sermón de la montaña, un sermón que supone un cambio radical, rompe las enseñanzas antiguas, y que quizá para algunos, sobre todo para los que niegan a Jesús y su doctrina, piensan que es algo inalcanzable.
El precepto del amor al prójimo, tal como se deduce de la mentalidad y de las palabras de Jesús, tiene un alcance universal, es decir, nadie está excluido de él, alcanza a todos y, por tanto, hasta los enemigos.
El enemigo es un caso extremo, es el caso límite de la universalidad del amor al prójimo. Lo más llamativo en la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo es su universalidad, una universalidad que alcanza incluso al enemigo, y que contrasta, según el evangelio de Mateo, con lo que había sido dicho a los antiguos. “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos”.
La novedad de las palabras de Jesús está en el “amad a vuestros enemigos”, puesto que sus oyentes habían oído “aborrecerás a tu enemigo”.
El amor universal del que nos habla Jesús en este domingo alcanza hasta los enemigos. No se trata de un sentimiento afectivo y cariñoso hacia al enemigo, sino de mantener una relación radicalmente humana imitando a Dios. Amar al enemigo es imitar al Padre celestial. Somos hijos de Dios en cuanto nos parecemos a él en su Espíritu, cuando actuamos con los mismos sentimientos de él, siendo misericordiosos, amando a nuestros enemigos como él. Actuando de esta manera podemos ser e identificarnos como hijos de Dios.
En el evangelio, Jesús nos hace ver que cuando amamos solamente a los que nos aman, cuando sólo hacemos el bien a nuestros hermanos y amigos, estamos amando de una manera particular, de una forma limitada, y no hacemos nada extraordinario. Dice Mateo en palabras de Jesús que así hacían también los paganos, luego imitamos a los paganos y no al Padre celestial. Nuestro Padre celestial quiere que amemos más allá de nuestros límites afectivos, más allá de nuestros círculos de amistades y familiares, su amor ha de llegar a todos. Fr. Martín Gelabert señala algunas actitudes que hay que adoptar para amar al enemigo: no devolverle mal por mal, porque si al enemigo le devuelvo el mal que ha hecho estoy poniéndome a su nivel haciendo lo que digo que no está bien; amar al enemigo es desearle el bien, es decir, rezar para que se convierta, desearle lo mejor para él; estar dispuesto, si la ocasión se presenta, y si él se encuentra en una necesidad ineludible hacerle el bien.
Es verdad que amar al enemigo nos pone en una situación difícil y límite, mide nuestra capacidad humana, incluso nuestras fuerzas pueden verse superadas. Pero si este amor fuera imposible, Jesús no nos lo mandaría, porque Jesús no manda imposibles. No se trata de sentimientos y decir que no puedo hacer nada contra mis sentimientos, sentimientos que me dicen que no ame a mis enemigos. He de escuchar la voz de mi Maestro Jesús que me pide amar a los enemigos y que me regala también su amor, para que con su amor y mi débil amor logre amar a mis enemigos. Y Jesús también nos dio ejemplo de amar a los enemigos. En el momento supremo de su pasión, pidió al Padre que perdonase a los que le clavaban en la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.