La Vida Consagrada en una monja contemplativa

La Vida Consagrada en una monja contemplativa

Sor María Teresa Vilanova
Sor María Teresa Vilanova
Priora del Monasterio de Sta. Catalina de Siena Paterna (Valencia)

«…Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rm 11,29)
Me ha parecido bien iniciar este comentario sobre la vida consagrada de la mano de San Pablo que pudo experimentar en propia piel la fidelidad de Dios, derramando su gracia a través de un encuentro extraordinario, que precedió a otros, que fueron jalonando la historia de su vida y configurando la obra de Dios en él.

Para mí hablar de la llamada a la vida consagrada es hablar también de un encuentro, un encuentro que no te deja impasible, que te trastoca todo desde muy dentro, es una invitación personal y persistente «¿Maestro dónde moras?». Es el mismo Jesús quien suscita en nosotros el interés por conocerle, y nos va atrayendo hacia su Reino.

Entonces, ¿Qué es sentirse llamado a la vida consagrada? Ante todo es algo fascinante que no podemos comprar, que no nos lo ofrece la sociedad, ni la mejor tienda del Corte Inglés, ni mucho menos podemos adquirir “on Line”, tampoco crea descuentos, ni rebajas. Honradamente hemos de admitir que la llamada de Dios, es don y que como todo lo que viene de Él, nos sobrepasa; no lo conquistamos a base de puños, por las propias fuerzas, ni por muchos méritos, simplemente se nos da, porque Alguien desde siempre ha diseñado un hermoso proyecto para ti. «Allí donde no encuentro nada que yo haya hecho, mucho se me ha hecho» (Francis Thompson).

Por lo tanto, no tenemos sobre la gracia el derecho de propiedad, ni de exclusividad; todos somos caminantes, navegamos en el mismo barco, pero a todos nos identifica el deseo de ser felices, ser libres, sentirnos unificados, plenos y armónicamente realizados; por ello hemos de buscar nuestro lugar en el mundo, ese que está en la mente de Dios. Es cierto que nuestra respuesta exige altura, esplendidez en la entrega y mucha disponibilidad, todo desde la precariedad de nuestra naturaleza, que siempre será deficitaria de la gran apuesta que Jesucristo ha hecho por nosotros. A pesar de todo, Él no deja nunca de confiar en el hombre y de solicitar su intervención.

Es el mismo Jesús quien suscita en nosotros el interés por conocerle

También cabe decir, que es fascinante la aventura de seguir a Jesucristo y eso nos hace capaces de convertir todas las renuncias en camino de libertad, generando con ello un amor más auténtico, sin exclusividad, sin ataduras, pero de gran fecundidad evangélica. Ello nos abre a nuevos retos, oportunidades que llenan de sentido todos nuestros vacios, predisponiéndonos a integrar más plenamente nuestra misión al servicio del reino. Es todo un programa de vida, insertado en el gran proyecto de Dios, que te invita a cambiar el “chip”, que te saca del modo convencional de concebir el futuro; ¡ah!, pero no olvides que este tipo de vida no admite aditivos, que no se aviene a las medias tintas, que le rechina la mediocridad. Haciendo alusión a ello, quiero brindaros un texto del Papa Francisco:

«…Hay algunos que quieren entrar por la ventana. No sirve eso. Por favor si alguno ve que un compañero o compañera entró por la ventana, abrácelo y explíquele que mejor que se vaya y que sirva a Dios en otro lado, porque nunca va a llegar a término una obra que no empezó Jesús por la puerta. En el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta, la puerta es Cristo; Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo.» (Papa Francisco al clero y a los religiosos)

Para concluir como ya sabéis, la vida religiosa se vive en comunidad; en ella todos somos discípulos del único Maestro, porque es el Señor Jesús, quien la preside en verdad.

La vida fraterna, es tarea, proyecto que construimos día a día, pero ante todo es don en la diversidad y en la pluralidad, regalo de Dios, escuela de seguimiento, de cuya calidad obedece su fecundidad. Porque lo que hace la comunidad, son los hermanos, hermanas, que la componen, todos y cada uno, no es la “casa común”, sino los lazos que nos unen porque es el Espíritu quien nos ha llamado a compartir esperanzas, ilusiones y debilidades. Por todo ello, la comunidad es misión y desde esa fraternidad anuncia que es posible la amistad.

Como dominica contemplativa, llamada a la familia de Domingo, os invito a buscar la verdad de Dios en vuestro camino, porque como reza una máxima de George Eliot «Nunca es demasiado tarde para ser lo que quieres ser».