El Reino de la Verdad - Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

La muerte de Jesús de Nazaret la ejecutó el único que podía hacerlo en la Judea del siglo I: Poncio Pilato (de lo cual hay certeza histórica). Además, el marco narrativo es muy dramático: los judíos no quieren manchar de sangre su ley y se lo entregan a Pilato, quien tampoco encuentra culpa en él.

La trama de la historia, por tanto, se desarrollará entre la verdad y la mentira. Jesús tiene su palabra y su vida para mostrar su verdad, pero como sabemos, eso no fue suficiente: triunfó la mentira del momento. Este encuadre no nos resulta lejano, ya que tantas veces hoy también impera el poder mundano, tanto en sentido geopolítico, como social. Personas, rostros, que pueden defender la verdad, el bien, el amor, con su palabra y con su vida, pero que seguirá sin ser suficiente para la justicia humana.

Jesús reivindica un reino, pero haciendo hincapié en el hecho de no poseer un poder militar terreno, toda una rareza para su época. Por eso el reino de Jesús no es de este mundo, porque reina en el corazón del ser humano, donde al escuchar su palabra, nos inunda una verdad que procede de Dios. Ese es el carácter particular del poder de este reinado: la verdad.

Sin embargo, la verdad ¿es acaso una categoría política? Es la cuestión que se plantea en el Estado moderno: ¿puede asumir la política la verdad en su estructura? Por otro lado, ¿qué ocurre si la verdad no cuenta? ¿No debe haber criterios comunes que garanticen verdaderamente la justicia para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes y de las concentraciones de poder?

Estas preguntas tan pragmáticas no se podrán contestar con certeza absoluta en esta tierra, ya que verdad y opinión errónea, verdad y mentira, están continuamente mezcladas en el mundo de manera casi inseparable. La verdad, en toda su grandeza y pureza, no aparece dentro de los reinos mundanos.

Sin embargo, los cristianos creemos que el mundo es verdadero en la medida en que refleja a Dios, y se hace tanto más verdadero cuanto más se acerca a Dios, ya que Dios es «la primera y suma verdad» (Santo Tomás, STh I, q. 16, a. 5). Así, el hombre se hace verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a ser conforme a Dios; entonces alcanza su verdadera naturaleza. Por consiguiente, el reino de Dios está dentro de nosotros, en nuestros labios y nuestro corazón, cuando cumplimos la voluntad de Dios.

Decir y vivir la verdad hoy es motivo muchas veces de conflicto. Pero nosotros, los cristianos, que escuchamos la palabra de Cristo, no sabemos hacer ni ser de otra manera, porque aquel que se siente cerca de Jesús no tiene miedo alguno.