
El Silencio del Sábado Santo
El Sábado Santo es un momento para reflexionar sobre el significado del sacrificio de Cristo y su victoria sobre el pecado y la muerte.
Hemos llegado al acmé del triduo pascual; hemos aterrizado, después de mucho caminar, en el Sábado Santo. Hoy es un día de silencio en la Iglesia: Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia medita, admirada, lo que ha hecho por cada uno de nosotros. Guarda silencio para aprender del Maestro, al contemplar su cuerpo destrozado. En este día recordamos el tiempo que Jesús pasó en el sepulcro antes de su gloriosa Resurrección. Es un momento para reflexionar sobre el significado del sacrificio de Cristo y su victoria sobre el pecado y la muerte.
El descenso a los infiernos
El descenso a los infiernos tiene dos aspectos importantes y complementarios: la realidad de la muerte de Jesús y la acción salvadora de Jesús con los que están en el reino de la muerte, esperando ser liberados de la misma. Jesús no sólo desciende al lugar de los muertos como verdadero hombre que participa realmente de nuestra muerte, sino como Hijo de Dios y Salvador, que va a realizar una parte importante de su misión.
El Sábado Santo es un día cargado de sentido. Es el momento de la espera ante el gran acontecimiento de la Resurrección. Nos invita a mantener viva la llama de la esperanza incluso en los momentos más oscuros de nuestras vidas. Nos recuerda que, incluso en medio del sufrimiento y la incertidumbre, la luz de la Resurrección brilla como un faro de esperanza y redención.
El Sábado Santo es el día del silencio de Dios, un silencio que nunca como en nuestros días fue tan real. Dios parece callado, parece que no tiene nada que decir ante tanto sufrimiento, tanta injusticia, tanto dolor como hay en este mundo. Este silencio nos remite a nuestra propia responsabilidad. Es un silencio lleno de esperanza. Según una tradición que se remonta a la Edad Media, la Iglesia ha visto en la figura de María el icono o modelo más acabado de fe y esperanza en medio de la desolación del Sábado Santo. Ella es el símbolo de la Iglesia que cree, a pesar y en contra todas las apariencias.
A los seguidores de Cristo nos apremia ofrecer una palabra al mundo.
Las grandes preguntas de Kant siguen hoy interpelando al ser humano: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? La tercera, «qué me cabe esperar», de manera especial, sobre todo se hace preponderante en los momentos que las dificultades traspasan de par en par las puertas de nuestra existencia. A nosotros, los cristianos, nos urge dar razón de nuestra esperanza; a nosotros, los seguidores de Cristo, nos apremia ofrecer una palabra al mundo, nos ha tocado a nosotros responder a la tercera pregunta existencial de Kant.
La centralidad de la esperanza
En la Encíclica «Spe Salvi», Benedicto XVI recalca la centralidad de la virtud de la esperanza en la vida del cristiano y de todo hombre. Por tanto, también es importante para todos los sepultados en las distracciones del mundo, para aquellos que duermen plácidamente en el lecho de la autosuficiencia y el egoísmo, para quienes que buscan a Dios sin saberlo, y para todos los que todavía no encuentran sentido a su vida. Para todos ellos tenemos una palabra: ¿que Jesús es el Cristo? sí, ciertamente, y que Jesús es el Hijo de Dios, ¡sí!… pero, sobre todo, la palabra que tenemos especifica y llanamente para ellos que Jesús es la esperanza del mundo.
Pidamos a Dios que reavive nuestra fe y nuestra esperanza ante el misterio de la muerte, los sufrimientos, las injusticias, dificultades, etc.; que nos conceda la gracia de saber aceptar con entereza y serenidad la ley natural de la muerte como paso a la vida resucitada. En suma, pidámosle que nos permita mirar la muerte como el gran entremés de la vida cristiana, entre la vida terrena y la vida eterna.